No se puede pasar de mejor manera un día del amor y la amistad que bebiendo una copa (dos) de vino y disfrutando una agradable conversación. Una agradable conversación con la música.
Para esto, además de la botella de tinto, es necesario que el eje de las canciones dispuestas a ser escuchadas, las voces y sobre todo las letras. Éstas son dos características fundamentales en el trabajo de Jäje Johansson, mejor conocido en el universo sonoro como Jay-Jay Johanson, compositor y cantante sueco, emisor de la conversación que se dio en la noche del 14 de febrero en el foro C3 Stage de la ciudad de Guadalajara.
La noche comenzó un tanto distinta. Antes de la participación del nórdico, la banda local Dolphant presentó su propuesta musical trabajada desde 2013 a la fecha. Una propuesta emocional, potente y digerible que se enfoca más por un rock alternativo que añora los primeros pasos de Porter, conciudadanos consolidados en la escena del país. Pero esa es otra historia. Esta historia, la del momento de Dolphant, inició enérgica y entusiasta, aunque después se vio tímida y hambrienta de experiencia que sin duda será nutrida por el talento que los ha llevado hasta donde están ahora. Una propuesta prometedora, que arriesga por la acertada decisión de ofrecer canciones en español en sus recientes composiciones a diferencia de su primer lanzamiento.
Después de este hecho, en el entarimado se postraron ante los gritos y aplausos el cadavérico cuerpo de Johanson y Eric Jansson, su fiel acompañante en los teclados desde hace un tiempo. Sin previo aviso, como su aparición, partieron con ‘It Hurts Me So’ del Whiskey, primera placa editada hace más de 15 años, y no faltó el brindis por un exquisito recital. Tras más aplausos cayó ‘Mr. Fredrikson’, algo del más reciente disco editado en 2013 con el repulsivo nombre de Cockroah, y entonces apareció el artista de hace 100 años, de vida decadente que bebe absenta en algún lugar de París, Francia.
Naturalmente se pintó un ambiente melancólico que data desde la niñez de Jäje. En el escenario no hay más que los dos hombres, aparte del equipo. No hay más banda de apoyo. Los bajos profundos y las percusiones de los noventa salen desde un disparador que entre los músicos es controlado. El arreglo íntimo y minimalista es decorado visualmente por proyecciones de rostros de mujeres y algunos hombres, a blanco y negro, que cambian con las canciones sin hacer más que movimientos delicados y vigilar lo que sucede arriba y abajo, donde los que hablan música y quienes escuchan música mantienen una charla sobre frustraciones, tristezas, nostalgias y desesperaciones.
Es inevitable. Después de beber más tinto dejas de cruzar los brazos y la mágica música cumple uno de sus objetivos principales y natos en la vida: te hace bailar. Pero no es necesario saber bailar. La música es tan poderosa que te suelta y balancea tu cuerpo en automático al ritmo que tu pie se pueda mover retomando el sonido de los beats. El trance corre a cuenta de hits emblemáticos de la discografía de Johanson; suenan y se corean entre las charlas ‘Sotell The Girls That I Am Back’, ‘She Doesn’t Live Here Anymore’, historias de un mujeriego seductor y promesas de amor eterno, respectivamente, al son del post trip hop cercano al jazz y la bossa nova.
Después de ‘Far Away’ y ‘She’s Mine but I’m Not Hers’ interpretadas a piano y voz arreglada por el vaso de Whisky que reposaba al pie del cantautor, y otras canciones de su obra, se dio la interpretación de ‘I Don’t Know Much About Loving’, un tema inédito que proyecta el próximo material a lanzarse bajo el nombre de Opium. Casi una veintena de canciones fueron las que redondearon la romántica velada. Temas que saltaron de los dos últimos discos y los tres primeros, entre un breve descanso que anunciaba el final y la llegada del último racimo de canciones.
‘Rocks In Pockets’ fue la culminación para explotar en el baile que desgastó las reservas de energía. Johanson bajo del escenario y estrechó la mano de algunas personas que disfrutaron del concierto desde la primera fila, y así se despidió de ellos para terminar la conversación sónica, que como conclusión quedó en un “hasta luego, seguro nos volveremos a encontrar en estas deliciosas circunstancias”, circunstancias inmejorables para que se dé una charla de música.
Por Daniel Rincón – @LamesadelRincon
Fotografías por Israel de la Torre para Ka Volta