Emigrar es dejar el lugar de origen para establecerse en otro desconocido.
Algunos emigran por que su país está en guerra, otros siguiendo el amor y otros tantos lo hacen buscando oportunidades laborales o académicas. Sin importar la razón o que tan lejos o cerca se emigre, siempre hay una sensación de vacío al recordar ese lugar de origen que se dejó.
En el 2013, tomé una de las decisiones más importantes de mi vida: renunciar a mi trabajo e irme a Alemania a estudiar una maestría en economía y negocios internacionales. La idea para algunos parecía demasiado descabellada y arriesgada; para otros era una excelente oportunidad que no podía desaprovechar y otros tantos creían que tomaría vacaciones por 2 años disfrazadas con el nombre de maestría.
La decisión no fue fácil de tomar, tenía en ese momento un excelente trabajo y aunque me gustaba mucho lo que hacía, algo dentro de mi me decía arriesgate, vete a Alemania es ahora o nunca. Siguiendo ese instinto, saque cuentas. Si vendía mi carro y otras pertenencias materiales, y utilizaba todos mis ahorros podía financiar este proyecto. Y entonces lo decidí, empaque todo lo “necesario” en 2 maletas, por supuesto no cupo lo realmente importante: las personas que más amaba. Tampoco hubo espacio para el puesto de tacos de Don Berna, ni mi zona de confort.
El día en el que tuve que despedirme de mis amigos y familia en el aeropuerto, fue en realidad fácil, no llore, ni estaba triste, mi emoción era mucho más grande y además estaba segura que al concluir la maestría estaría de regreso en México con un futuro brillante frente a mí. El shock vino un par de meses más tarde cuando el clima, el idioma, la comida, la nostalgia y todo en general era cada vez más difícil de sobrellevar.
Mi vida dio un giro de 360 grados y entre en un proceso de adaptación, aprendizaje y evolución. Hoy casi 3 años después de haber iniciado este proyecto, puedo decir que no sólo concluí una maestría en economía y negocios, también en finanzas personales, en el descubrimiento de mi persona y hasta mis habilidades en la cocina mejoraron. He conocido personas increíbles en este tiempo, he viajado, amado y madurado.
Vivir en el extranjero puede sonar glamouroso, pero sólo aquellos que lo han experimentado en carne propia saben que hay días muy negros en los que por ejemplo duele terriblemente no estar en el entierro de tu abuelo, sosteniendo la mano de tu padre y decirle aquí estoy contigo. Días en los que darías lo que fuera por comer un mole de olla de mamá. Y que también hay días en los que dices… estoy en el lugar correcto, valió la pena emigrar.