Ya están, ya están las siete parejas, todas crujen sus zapatos en el suelo de arcilla que hoy es su pista. Van a bailar danzón. En la explanada del Expiatorio, todos los domingos a partir de las ocho de la noche se reúnen a bailar los expertos y los aprendices al calor de la verbena que flanquea su pista.
Por: Osvaldo Rondán
En el costado superior de la pista dos lentas figuras sostienen sus manos con solidez, alto y delgado toma a su pareja con la fortaleza que el pasar de los años no pudieron quitarle y la gira, la mira y le sonríe galante, paso a paso ambos son la música y se pierden en el mundo que ya no los mira, son ellos solos los únicos espectadores que valen, los únicos que existen, todo se reduce al cuerpo del otro y el contoneo profeso; ella es una princesa de cabello esponjoso como algodones, de tono cobrizo y figura frágil, parece una flor, eso es.
Él, el viejo caballero de la quijada cuadrada está bailando con una flor de primaveras que ya no se cuentan. Cubre los espacios de la noche con su vestido rosa, que es vaporoso, que es esplendoroso y coquetea con la vestimenta de su caballero con suaves caricias telares, brillan ambos.
Dos, tres pasos a la izquierda, giro a la derecha y vuelta en U, un paso a atrás y está la segunda pareja, una pareja de cien.
Ella seduce con su larga cabellera negra que cae como agua sobre sus coquetos hombros desnudos y blancos, muy blancos que le gritan a la noche no temerle al frío y sus rigores; presume sensualidad contenida con armoniosa distribución en cuarenta años, bella cuarentona de azul rey que reverbera lozanía, resaltada por las canas que luce su acompañante como la corona nebulosa de una antigua montaña maciza, él con sus sesenta años, toma a su pareja y suman cien. Surcan con gracia los cinco cuadros de la pista que les corresponde. Ella sujeta su abanico ante cada vuelta y apretujón de su pareja, no lo suelta y lo guarda para el cierre, caballero y dama tambalean sin frio, son elegancia diluida en una forma recíproca y efímera, resguardada como uno de los mosaicos de la noche que irrumpen en su calma.
La tercera pareja es más notable aún, la mujer es inmensa, luce un rimbombante abrigo morado que destaca entre la multitud, no solo por el color sino por la grandeza de su dueña y es que definitivamente la palabra inmensa la describe en tamaño y anchura. Elegante desde todos sus ángulos, enormes, afortunadamente, baila lento pero sin perder el garbo, sería fácil caer rendido al poder hipnótico de los pliegues en su vestido, esperando una violenta sacudida que haga lucir la espectacularidad de su abrigo. Al quien sí le fue mal es a su acompañante, el pobre es diminuto, delgadito y con piernas en paréntesis, como de charro, en comparación de su mega señora y como si lo supiera, porta el atuendo más insípido de todos en la noche, su logro es tener en los brazos, o mejor dicho estar en los brazos del astro que lo eclipsa con cinismo.
En la banca, como futbolista esperando su llamado para saltar a jugar, se encuentra un auténtico Pachuco, especie en peligro de extinción bien representada esta noche por Raúl Casillas El Sicodélico, lleva encima la indumentaria que lo hace ser: un traje azul eléctrico, el saco que casi rosa sus rodillas y cubre la camisa ajedrezada que es como sus zapatos y el pantalón ornamentado con una larga cadena plateada, obviamente no podía faltar el sombrero, que termina en una adherida pluma blanca que apunta al cielo, como el gótico estilo que caracteriza al Expiatorio.
-Mira no somos malandrines, si acaso vagos, porque el Pachuco es uno y el Padrote es otro. El Pachuco es el que sabe vestirse y le gusta bailar.
-¿Y a los que les gusta vestirse pero no saben bailar?
-Ah, esa es la distancia. Esos son pendejos. Ponles un chacha o un swing y ya se chingaron, como estos cabrones de aquí ¿tú crees que saben bailar? espérate a las ocho que llegue la mujer, y te voy a enseñar lo que es bailar.
Delante de la mirada crítica de El Sicodélico se alza la cuarta pareja. Es un adolescente alto y delgado con su abuela que le llega a las clavículas, a pesar de su abultado peinado. El muchacho la toma con ternura y mucho cuidado, pareciera que sus papás le confirieron la muñeca de porcelana familiar y él baila cuidándole la cadera, sin apretar sus manos e intentando no mover demasiado sus pies para que sus tobillos frágiles aguanten más; sin embargo, esa muñeca de porcelana no se quiere tomar por frágil y empuja, zangolotea y da pisadas firmes y agigantadas para contagiar a su pareja. La muñeca de porcelana usa al chico con la brusquedad con la que se juega con un muñeco de trapo, antes de míralo con los ojos pelados y amenazarlo: “te mueves o te cambio Beto”.
Arriba una rubia tiene una larga estola amarrada a su cintura que cae desde su lado izquierdo, hace relucir más su figura y ¡qué figura! Es curvilínea, alta y graciosa; y su pareja es un galán con ojos claros y sonrisa lista para anunciar pasta dental, son los figurines de entre todos quienes bailas. Pero torpes, a ella ya se le enredo la estola en la pierna y se detiene continuamente a sacarla, a él le da miedo tomarle la cintura y se disculpa cada que su pierna acaricia la de ella; ambos están un poquito fuera de la pista y amenazan con dar contra los espectadores en sus sillas, sonríen guapos para distraer su torpeza o esconder los nervios.
-Ya valió madre, ¿cómo es posible qué no aventajen? Ellos bailan porque escuchan el danzón, pero no sienten la música, no la viven por dentro.
-¿Cómo eso?
No existe explicación verbal, El Sicodélico, deja su cigarrillo, exportado desde Nueva York, se levanta, cierra los ojos, hace eso que es sentir la música y comienza a sacar los mejores pasos de un Pachuco, que fue a hasta la Habana a ganar premios de baile en otros tiempos.
Mientras, la sexta pareja baila, son dos viejecitos de admirable condición, la señora tiene unas piernas que envidiaría cualquier colegiala, son como grabadas en marfil, torneadas con la minuciosidad de las estatuas griegas, ambos demuestran su control sobre la pista cuando repentinamente dan las ocho de la noche.
“La mujer” ya llegó y saca al Pachuco a bailar, lleva puesta una blusa brillante con lentejuelas para no perderse entre los colores de su compañero y un mono paliacate amarrado en su cabeza, como imitando el estilo de un combatiente. Y sí, tomados de la mano se echan como pavos reales a la pista, abriéndose entre los otros sin pedir permiso.
Entonces sueltan la música: Nereidas.
Ahora sí se puso las pilas Beto y toma a su abuela como juguete usado, van ya a imprimirle rudeza, la señora le responde el apretón de manos con ceño fruncido interpretado como: entiendo, y se deja guiar; la primera pareja, el caballero de la quijada cuadrada y su flor perdieron la bohemia para endurecer sus pasos y marcar su piso, terminó el contoneo sensual para dar pie a una competencia descarnada, que sólo los que están bailando entienden.
La mujer inmensa ya se quitó el abrigo morado y nada más con una mano, este agita sus poderosos pliegues como bandera antes de ser lanzado a una silla, en tanto el hombrecito que la acompaña la mira aterrado ante la posibilidad de que el nuevo brío de su pareja se la vaya a tumbar encima con todo y tacones; la quinta pareja sigue metiéndose el pie el uno al otro pero han pronuncio más sus sonrisas, todavía más, compiten con la cara porque con las piernas ya no pudieron, sin saber lo perturbador que se volvió verles toda la dentadura, se les pueden contar las muelas; la pareja de a cien sacó lo abanicos cada uno, pero mientras ella se luce con sus movimientos, él, veinte años mayor, se hace aire para aguantar su movimiento.
Las seis parejas están como satélites ante los nuevos colores recién ingresados, El Sicodélico cada que ve la cámara saca sus mejores pasos y su acompañante deja que se luzca, se limita a retarle el paso y lo hace muy bien. Ahora él la toma del brazo, se sostiene en un solo píe y agachándose, con la nariz muy cerca del piso da una vuelta completa, los aplausos y las risas no se hacen esperar, se sueltan las manos y él cierra su intervención parándose justo en frente de la cámara que lo vigila para, en seguida, quebrarse con dominio .
La noche de danzón sigue pero la séptima pareja ya ha ganado.