El patio Mayor del Instituto Cultural Cabañas (ICC) se engalanó por nueva cuenta por la puesta en escena de la primera obra de la temporada, el Joven Ballet de Jalisco con más de 50 bailarines en escena inauguró las siguientes 4 fechas que permanecerán en el recinto cultural hasta el día 12 de este mes
Por: Osvaldo Rondán
Era necesario que el inicio de la temporada del Joven Ballet de Jalisco (JBJ) fuera por la noche. No podría haberse relatado de mejor manera, sino con misterio nocturno, el clásico ballet La Bella Durmiente, cuya historia vuelve a encantar con chispeante magia blanca la seriedad majestuosa del Hospicio Cabañas y estará presente hasta el 19 de Abril.
En esta adaptación de Dariusz Blajer, haciendo gala de su dominio profesional con el elenco que ha trabajado desde el año pasado, sobró escenario, pues la escenografía no se limitó al espléndido montaje de un real vestíbulo, diseñado por Rogelio Zepeda, ya que los muros de piedra dorada del Hospicio Cabañas, justo bajo la cúpula que simula ser una corona española, fueron incluidos en la escenografía y con un ingenioso juego de luces establecido por Sergio Núñez y otro tanto de encantos de hada, terminaron transformados en banderas violetas que dejaban caer en cascada la regia Flor de Lis; candelabros para iluminar la noche; y molduras que hacían del patio exterior del hospicio neoclásico, el interior de un palacio medieval.
Crónica
El prólogo comenzó con la ceremonia del bautizo de la princesa Aurora, en donde, elevadas por la música de Tchaikovsky se abrieron paso cinco hadas de ágiles piernas, gráciles y rápidas como a ras de vuelo, cuyas puntas sostenían con fuerza el comienzo de la historia y el impacto de sus dones otorgados, de una en una, a la princesa; además de matizar con sus atuendos de los colores de la primavera, la nobleza evocada en la vestimenta almíbar y plateada de los reyes y su corte.
Un rayo interrumpió el festejo y desde la sombría balaustrada entre fumarolas surgió la bruja Carabosse, indignada por no recibir invitación y acompañada por un séquito de ratas negras marcó el destino de la princesa, al soltar su maldición en un juego de humo y luces que parecían hervir su frondoso crespón oscuro para, en seguida, retirase en silencio y dar comienzo al primer acto.
Pasaron una y otra vez las cuatro estaciones, justo frente a los espectadores que desbordaron ovaciones, algunas provenidas de niñas con tiara y vestido de princesa, coronadas esta noche para presenciar el ballet y desde sus asientos formar parte de él. Así se celebró el decimosexto cumpleaños de Aurora quien junto a los cuatro pretendientes venidos de diferentes partes del mundo llevaron a cabo el famoso Adagio de la Rosa, una secuencia caracterizada por la meticulosa coordinación de movimientos y complejidad de sus pasos para realizarla. Sin embargo, la flor que finalmente olió más, de entre todas, fue la rosa con la que la princesa hirió su dedo para caer presa de un sueño eterno.
Para el segundo acto tuvieron que pasar cien años, los espectadores no lo sintieron pero los bellos acabados en el escenario sí: resultaban enmohecidos y apagados por el paso del tiempo. Con un solitario recamier como lecho para la princesa y un reino que la acompañaba en su sueño, merced de la poderosa Hada de las Lilas. Tal como lo contó Charles Perrault al imaginar el cuento en 1697, el príncipe irrumpió en la lóbrega quietud y con un beso de amor, sacó a la princesa de su letargo y con ella a los reyes y cortesanos.
El tercer acto fue de festividad marcada por la espectacular coreografía original de Marius Petipa, asistido de los arreglos hechos por Blajer, Slauka Ladewig y Aldo Kattón, quienes pudieron hacer bailar a los desposados príncipes junto a al Gato con botas, la Gata blanca, Caperucita Roja, el Lobo y Cenicienta, sin enredarse, en este último acto de fiesta.
Finalmente el bien venció sobre el mal, una carrosa con fino cochero y jalado por un fuerte caballo blanco llevó a príncipe y princesa a vivir felices por siempre, mientras los reyes los despedían en sus tronos bajo un dosel tinto, que a su vez se erigía bajo otro, hecho de cielo y estrellas, coloreado por las nebulosas de humo y pirotecnia que se perdían en el aire antes de abandonar el Hospicio Cabañas.