La pintora Chihuahuense inauguró su exposición titulada “Tiempo Destrozado” en la galería del Centro Cultural Bretón el miércoles 7 de octubre.
Olivia González Terrazas agradeció a los asistentes y a sus invitados el apoyo ofrecido al presencial la inauguración de su exposición Tiempo Destrozado. Se negó a limitar el significado de las obras expuestas en palabras que las describieran, pues todo estaba ya “plasmado en la pintura”.
Su técnica mixta, que se movía en territorios expresionistas, invitaba a los espectadores a dar su propio significado al tiempo. Los colores de los cuadros en pequeño formato llevaban la memoria de recuerdos cálidos: con colores rojizos y amarillentos. Así también se tocaban tonalidades pastel que hacían sentir una plenitud reconfortante, como un recuerdo melancólico del que se puede quedar colgado horas y horas: como ver el océano.
Las obras, al estar enmarcadas con gran espacio entre el papel y el vidrio, parecían querer capturar un momento: pequeñas cápsulas de tiempo en las que al abrirlas, saldrían suspiros y añoranzas con que fueron encerradas.
Las cápsulas contenían pedazos de un reloj destrozado. Pequeñísimos engranes de la maquinaria figuraban estrellas dentro del cuadro, o se sostenían ligeramente de un cablecillo de cobre. Cada parte metálica dentro de las obras se veía tan cuidadosamente elegida para formar parte de ese paisaje en específico, que era fácil perderse en los delicados brillos que se reflejaban en ellas.
Al mismo tiempo, el reflejo propio sobre el vidrio, hacía que la historia de Olivia González nos incluyera en su paso por la noche.
En algunas obras reinaba la fluidez, los ojos de los asistentes podían recorrer los trazos y colores como una ráfaga fugaz. Y así se iba haciendo una transición a estados más pasivos: hasta llegar al inminente final.
Nadie que haya caído en un hoyo negro ha vuelto para describirlo; pero seguramente así es como se siente.
Después de recorrer dos salas con paredes blancas y pequeños destellos de color dentro de los cuadros, la exposición de Olivia González terminaba tajante. Un cuadro casi diez veces más grande que el resto succionaba todo pensamiento y sensación. A primera vista, negro en su totalidad, pero examinado con más detalle, tenía tonalidades rojizas, verdosas y azuladas. El todo y la nada comprimido en un lienzo rectangular: volver a empezar.