A veeeeeeeer ahí va una propuesta loca. Que tal que un día nos levantamos sin el afán de pedir/esperar/exigir/lastimear explicaciones de ese que nos dejó, o no le importó que lo dejáramos o se murió de plano.
Qué tal que en un mundo ideal y maravilloso como el de Huxley, donde no existen la pobreza, ni las guerras, ni atrocidades miles donde las personas además de deshinibidas tienen buen humor. Qué tal que en el mundo, este, no existiera la obligación a dar explicación. Qué tal que pudiéramos atrevernos a ser libres en total libertad. Libres totales.
Qué tal que un día extraordinario de verdad las razones del otro, o las nuestras, dejarán de ser el motif por el cual nos despertamos o nos acostamos. Qué tal que un día ese peso tan absurdo de cargar, dejará de ser el la obesidad emocional por la cual nos detenemos a avanzar en la vida amorosa, profesional o amistosa.
Lastimear atención a través de una explicación es una de las cosas más vomitivas. Es una forma más cómoda de justificar la irresponsabilidad o hueva que implica el trabajo interno para salir del hoyo emocional.
Una explicación ni se debe, ni se exige. La vida es un carnaval, un rave si lo vemos ya muy extreme, a la que llega uno muy contento, muy cool, desenfadado, relajado todo bien y ahí en el desma… uno se encuentra con otros invitados. Unos bailan, otros cantan, otros duermen y otros van al baño. Unos se quedarán en la carnaval hasta que acabe, otros se irán sin despedirse incluso antes de que empiece la diversión y está bien.
Este carnaval que es la vida no se va acabar porque un invitado no dio una explicación sobre su ausencia. Y no solo una explicación, sino una que seamos capaces de entender. Porque eso pasa con las explicaciones, no basta con darlas sino que además se tiene que dar una que sea coherente al universo del otro y ahí está el individuo en cuestión con la cabeza quemada que ni los guionistas de LuisMi viendo como meter a «la chule» a la historia sin que los demanden.
Las explicaciones están sobre valoradas y la verdad es que no sirven de nada, de absolutamente nada. Si se medita bien ¿de qué sirve saber por qué se fue? o ¿por qué lo dejamos? ¡En serio! ¿De qué sirve? Ya fue, ya nos fuimos, ya está. Se siente feo, se siente que uno se ahoga en dudas, se siente que el aire nomás se queda en las fosas nasales y luego como que se atora en la garganta y raspa el pecho causando un dolor de estómago terrible que termina uno por llorar no la ausencia del otro, sino la presencia idealizada que no nos atrevemos a soltar de ausente en cuestión y aplica para «el amor de la vida» o para el ligue de una noche, día o tarde.
Las explicaciones son como las parientas de la culpa. Qué tal que así como los sellos de los alimentos que dice que si tiene exceso de caloría o está libre de gluten fuéramos por la vida con nuestro sello de «libre de explicaciones», «libre de culpa» o «explanation free», «guilty free» (en inglés casi siempre se oye todo más suave. Qué tal que un día pudiéramos (poder de querer, aclaro) y aplicamos la ya conocida y nunca bien ponderada por ser millenial: «coge y corre». Qué tal…
¡Bonito fiiiiiiiiin!
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