Terminó recientemente una fase de color rosa para mí, y hoy con las uñas amarillas y planeando atuendos en ese color me acordé de mi historia con el color…
Por alguna rara razón, si me preguntan “Ana, ¿cuál es tu color favorito?” Invariablemente diré que “no tengo un color favorito”.
Hasta el día de hoy, así lo siento, no tengo un color favorito, más si tengo predilección por algunos colores. Por ejemplo, para lo que son cosas de belleza o para identificarlos como míos los elijo morados. Mientras las cosas de la cocina siempre son azules. Incluso en los trapos de limpieza tengo elecciones de color: los amarillos son para limpiar sucio de la cocina, los azules para limpiar cosas derrames de agua, mientras que los rosas son para sacudir muebles de madera.
Mi relación con los colores va más allá de objetos, es curiosamente la forma en la que me relaciono con el entorno. Es más fácil para mi encontrar un lugar si se de que color es, por lo que me aprendo los recorridos hacia ciertos lugares identificando los colores de las casas, los pisos o las locaciones. Lo cual puede volverse un problema si un día remodelan o pintan de otro color una esquina, y tendré que volver a memorizar.
Esto de las fases de color no es nada nuevo
Desde que estaba en la secundaria tengo memorias de mi “asunto con los colores”. Por allá por la época de apogeo de Lisa Frank (1990s) y sus animales de colores fluorescentes, y de los que elegías uno para representar tus útiles escolares de ese ciclo. Ya he hablado de esto, mientras mis compañeras elegían de todo, yo tomaba a un personaje, me apropiada de él esperando encontrar la mochila, los lápices, carpetas, bolsitas y lo necesario que coordinara. Inclusive compraba las plumas del mismo color.
El amarillo, el primero
Cuando pasó de moda la Sra Frank y sus diseños, eso evolucionó a “color”. Si mal no recuerdo el primero que elegí fue amarillo. ¡No, no tengo un color favorito! El amarillo me representó el último año completo de la secundaria. Mochila, accesorios, mochila complementaria de esas de burbuja me acompañaban.
Por la época también tenía una fijación con los girasoles que crecían en el patio trasero de la secundaria, en lo que era un huerto de hortalizas, y que terminaron por ser la flor que apareció en cada arreglo de mis XV años (de esto no hablaremos nunca más).
Recuerdo tener un compañero que decía que estaba obsesionada con el amarillo, y se mofaba cada que me veía incluso con alguna fruta del mismo color. Y bueno, mi tema con la coordinación a veces sí parecía locura, yo con mi banana amarilla por la escuela, enfundada con decorados del color de pies hasta los piojitos de la cabeza. ¡¿quien no lo iba a cuestionar?! (Debió ser muy gracioso verme vestida totalmente de amarillo y encima comiendo una banana, yo me reiría también).
El amarillo ahora volvió a mi (por no sé qué número de ocasión como podrán notar en mi feed de Instagram), y no puedo evitar rememorar los comentarios de ese entonces. Lo curioso es que este ciclo no termina nunca, vuelvo al rosa, al azul, al verde, al rojo, al morado y al amarillo según mi estado de ánimo. Pero sigo diciendo que no tengo un color favorito. | 🖤#LunesEnTacones de Ana Volta #KaVolta.