En la Selva Corporativa, hay herramientas que se llevan toda la gloria (o el odio), como Excel, el depredador alfa, o PowerPoint, el falso amigo que promete impacto pero solo genera caos. Y luego está Word, el primo aburrido al que nadie le presta atención hasta que es demasiado tarde.
Porque, seamos sinceros, Word no impresiona a nadie. No tiene fórmulas infernales ni efectos de transición para marear a los asistentes en una junta. Solo está ahí, esperando a que alguien recuerde que escribir sigue siendo una parte fundamental del trabajo. Y cuando lo recuerdan, llega el terror: márgenes que se desajustan sin razón, numeraciones de páginas que aparecen donde quieren, sangrías rebeldes y encabezados que se multiplican como si tuvieran vida propia.
Nadie valora a Word hasta que necesita hacer un informe urgente, una minuta de reunión o ese documento que el jefe pidió “bien estructurado y con formato profesional” (frase que significa que lo quiere en Arial 12 con su loguito en la esquina). Ahí es cuando empiezan las súplicas, los tutoriales de YouTube a toda velocidad y el clásico “¿alguien sabe cómo poner esto en columnas sin que se descuadre todo?”.
Si hablamos de sufrimiento, no podemos olvidar el peor de todos: el documento compartido.
Es ahí donde queda al descubierto el godín mamón que llegó con certificación en tupper, sintiéndose superior a todos porque justo llegó como “experto” con certificación hasta en elegir el tupper con la división perfecta para proteína y ensalada. Pero cuando le toca escribir algo, se descubre que tiene una pésima ortografía y cero sentido de la sintaxis. Porque para Word, “hablo” y “habló” son correctas, pero claramente no significan lo mismo. Y no falta el tarado que confía ciegamente en que “Word lo corrige” para justificar su pésima ortografía. Pero no, WORD no piensa y quien escribe el informe claramente tampoco. Así nacen bodrios como “el director comunico que los ajutes no serán cómo el año pasado”, y ahí queda para la posteridad, con toda la seriedad de un documento oficial. Porque lo que comienza como una simple edición colaborativa pronto se convierte en un campo de batalla de comentarios, cambios de fuente inexplicables y ajustes que nadie hizo pero que están ahí, desafíando toda lógica.
Y claro, quien abre Word en la oficina es visto como un ser inferior, porque a nadie se le ocurre que los informes no aparecen mágicamente, alguien tiene que escribirlos y para eso está Word. Pero Word también tiene carácter y se rebela. Convertirlo a PDF es un acto de fe, porque a veces decide que no se va a adaptar y punto. Y esa transición puede llevarse varios archivos dañados y ajustados hasta que, en un arranque de desesperación, decides abrir un documento nuevo y vaciar la información manualmente porque no encontraste un tutorial corto que lo explique.
No falta el asistente que, por sentirse especial, empieza a colocar comentarios que no ayudan en nada, pero dañan el archivo, porque sintió que aportaba algo. Y lo único que hizo en todo el proyecto fue escribir “podría mejorar esta parte”. Oooooooobvio todo puede mejorar, la cosa no es señalarlo, es hacerlo. Y aunque no sea la estrella de la oficina, sigue siendo el único capaz de dar estructura al caos. Porque en esta selva corporativa, Word es ese primo serio que nadie pela, pero al final del día, es el único que realmente sabe cómo hacer las cosas bien, excepto corregir completamente la ortografía.
- Detecta errores simples: “comunicó” en lugar de “comunico”.
-
No entiende contexto: No marcaría como error “ajutes” en lugar de “ajustes” si la palabra estuviera en su diccionario (que puede incluir palabras mal escritas en algunas ocasiones).
No corrige sentido: Puede aceptar frases como “Los ajustes serán cómo el año pasado” sin detectar que “cómo” es incorrecto en ese contexto.
Porque Word es como ese vato que oyó parte de la conversación, pero esparce el rumor que se convierte en chisme sin contexto. Algo escuchó, algo captó, pero lo que terminó diciendo ya no tiene nada que ver con la realidad. Y así, confiando en su lógica defectuosa, Word sigue operando en la oficina, creando documentos oficiales con errores discretos pero peligrosos, mientras todos fingen que nadie los vio.
→ Próximamente: Teams, Zoom y la dictadura de las videollamadas.