Memorándum interno: Risa como mecanismo de defensa.
En la Selva Corporativa no hay mejor mecanismo de supervivencia que el humor. Porque si no te ríes, lloras. Y llorar en la oficina siempre termina con alguien preguntando: “¿estás bien?” mientras piensas: “no, pero, ¿qué te importa?” Not nice.
El humor es la vacuna contra el absurdo laboral.
Es esa risa nerviosa cuando Recursos Humanos te dice que el “Pizza Day” “Circus day” o cualquiera de esas tonterías que además en Latinoamérica siempre se dicen en inglés. Actividades de integración que en realidad significan correr bajo el sol con un globo entre las piernas mientras tu jefe sonríe tomando fotos para LinkedIn y que terminan casi en todos los casos sustituyendo el prometido bono. O cuando en plena junta maratónica alguien lanza la frase: “hay que pensar fuera de la caja” ah claro porque cuando lo traducen siempre lo hacen de manera literal, mientras todos asienten, aunque lo único que quisieran es pensar fuera del horario. Y cuando dicen ‘estamos en la misma página’, claro… pero ni siquiera es del mismo libro. Tú estás en el manual de procesos y ellos en la revista de chismes de la oficina o de ver a quien despiden porque simplemente les cae mal.
Las bromas internas son la verdadera terapia.
Desde el clásico “reunión que pudo ser un mail” hasta ponerle apodos zoológicos a los jefes, a los compañeros, a los enemigos (el ferretero, Peppa, Capibara, Miss Finger, el chido de humo). Nada une más a un equipo que el momento en que alguien abre el micrófono en Zoom y se escucha al perro ladrando, la licuadora sonando o un niño gritando “¡ya cállate, papá!”. Eso no es caos: eso es comedia en vivo. Y la gloria más grande viene cuando en el chat del equipo aparece un meme y de pronto el jefe reacciona con un 👍 ahí muere. Chiste asesinado en frío, sin derecho a réplica.
Y claro, también están los chistes oscuros que flotan en la oficina como memes prohibidos. Esa risa contenida cuando alguien dice: “ya pedí mis vacaciones, ojalá no me corran antes”, las fotos evidenciando a quien come más panecitos. O cuando, después de tres horas de presentación inútil, alguien murmura: “esto es digno de serie de terror”.
El humor es burla, pero también es espejo.
Nos reímos del jefe que pide “retroalimentación constructiva” pero que si se la das te corre de una. Nos reímos de los cursos motivacionales con frases tipo “sé la mejor versión de ti mismo”, mientras tu “mejor versión” es sobrevivir al maldito y siempre maldito Excel de cierre de mes sin llorar. Nos reímos porque, si lo tomáramos en serio, nos volveríamos locos y con todo que utilicemos términos como burnout la verdad es que no tenemos ni idea de cuando ya estamos más que chamuscados.
En esta jungla, el humor es un chaleco salvavidas inflable: puede que no te salve de hundirte, pero al menos te mantiene a flote mientras te ríes con los demás entre juntas y en las mismas. Al final, esa risa compartida es la verdadera catarsis y también la fuente de grandes amistades surgidas en entornos tan salvajes como las oficinas de trabajo.
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