Minuta clasificada: Comentarios indebidos y micrófonos traicioneros.
Las juntas de las 9:00 AM son un género de terror propio. Te levantas temprano, te preparas café, conectas la cámara, y ahí estás, a punto de escuchar durante hora y media un espectáculo que ni pediste ni mereces. Un show que mezcla stand up de tercera, teatro decadente y tragicomedia corporativa.
Porque lo curioso es que casi nunca participas solo estás ahí escuchando imbecilidades a primera hora del día. Y de repente, el “host” decide volverse Don Juan y le suelta un piropo a la compañera que se tiñó de rojo: “no te pongas roja, eh”. Como si todos no estuviéramos ya lo suficientemente incómodos.
Y aparece también el señor de edad, el anciano de la aldea corporativa que se cree con derecho a decir lo que quiera por ser “el de experiencia” desde chistes sexuales, groserías disfrazadas de sabiduría, comentarios políticamente incorrectos que flotan en la pantalla como bombas sin detonar. Todos ríen incómodos, como si la risa fuera chaleco antibalas contra la demanda laboral que claramente debería venir.
No falta la clásica que siempre quiere quedar bien con el jefe. Esa que asiente exageradamente, aplaude ideas mediocres y dice “qué gran aporte, jefe” o ante una dificultad repite “deberíamos hacer algo distinto” ¿qué es distinto? Nadie lo sabe, ni ella y después de cualquier obviedad termina ofreciendo su ayuda y/o experiencia en algo que nadie le pidió. Escucharla es como ver una telenovela de argumento de Bollywood predecible, incómoda y, sobre todo, innecesaria.
Y ahí estás tú, preguntándote por qué carajos estás conectado, ¿neta vale la pena ese empleo, realmente necesitas tanto el dinero? Y bueno terminas por responder sí a la última pegunta cuando miras tu estado de cuenta. Cabe mencionar que en esas juntas nadie te pide, ni tú das tu opinión porque abrir el micrófono es como abrir el micrófono es como abrir la caja de Pandora, nadie sabe qué va a salir, pero seguro será incómodo, entonces solo sobrevives mientras se tiran frases vacías y bromas de mal gusto que rozan lo ilegal. A veces la única catarsis es escribir en el chat privado de un colega recopilando las mejores grandes frases de todo lo que se ha dicho para después reírse con complicidad en las juntas presenciales.
En la Selva Corporativa, esas juntas no son reuniones son traumas colectivos. Porque todos recordamos el micrófono abierto con la pelea de fondo, el comentario racista disfrazado de “broma”, o la confesión espontánea que nunca debió escucharse. Y lo peor es que al final alguien siempre cierra diciendo ‘qué gran sesión, equipo’. Lo único grande fue la pérdida de tiempo y la desmañada.
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