En la Selva Corporativa, pocas cosas han transformado tanto la vida godín como las herramientas de videollamadas. Porque si antes la pesadilla eran las reuniones presenciales eternas, ahora tenemos el placer de sufrirlas en calzones desde nuestra silla no ergonómica en casa.
Bienvenidos a la dictadura de Teams, Zoom y compañía, donde la cámara encendida es la nueva corbata y el micrófono silenciado es el equivalente a no haber llegado a la oficina.
Todo empieza con una notificación: “Reunión en 5 minutos”. Y ahí es cuando el godín promedio entra en pánico, porque nadie está preparado para una reunión, nunca. Si estás en home office, te avientas la transformación exprés: quitar el pijama (o al menos la parte de arriba), peinarte lo justo para no parecer náufrago y encontrar un fondo decente que no delate el caos de tu casa.
Pero nada de eso importa si tu Internet decide traicionarte en el momento clave y quedas congelado con cara de idiota en una de esas videollamadas, inspirando memes y stickers en la oficina, cortesía de algún creativo que decidió hacer captura de pantalla.
Luego viene la tortura de la participación, donde nadie se preocupa por el oído del otro.
Está el que respira fuerte en el micro como si estuviera corriendo un maratón, el que no sabe compartir pantalla y necesita una clase básica de tecnología en plena reunión, el que olvida que el Internet existe y el que dice “no me funciona el audio”, pero todos lo están escuchando maldecir mientras esperan impacientes a que solucione su problema técnico que claramente pudo haber revisado antes.
Porque aquí hay dos tipos de personas: el que deja el micrófono abierto y se convierte en una interferencia constante de perros, ambulancias y niños gritando, y el que habla con el micrófono apagado mientras todos le dicen “no se te escucha” hasta que se da cuenta y se disculpa nerviosamente. Y luego está el que olvida que su micrófono está abierto y empieza a comentar sin filtro sobre otros asistentes, dejando escapar joyas que oscilan entre la incomodidad extrema y una oda al racismo, sobre todo en videollamadas globales con varios países reunidos. También está el que, por el ruido de fondo, parece que vive en la calle o debajo de un puente, haciendo que el resto se pregunte si en realidad trabaja desde un mercado ambulante… como la abogada de la ya infumable Emilia Pérez.
Y claro, el infaltable personaje que llega tarde y pregunta lo que ya explicaron hace 10 minutos.
Pero nada supera la cámara encendida.
Y en este punto surge el personaje sin vergüenza y sinvergüenza a la vez: el que abre la cámara en pijama, valiéndole madres todo. Ese ser jamás se volverá a ver igual, aunque te lo topes en el pasillo de la oficina vestido y perfumado. Su imagen en pijama seguirá presente en la mente de todos los que lo vieron. UNIDOS POR EL TRAUMA DE UNA IMAGEN QUE NO DEBIÓ EXISTIR.
Esa es la verdadera dictadura. Porque en un mundo ideal, todos tendríamos iluminación de set televisivo y fondos neutros que nos hagan ver profesionales. Pero la realidad es que nadie quiere mostrar su cara a las 8:00 AM con la cara hinchada y el café aún sin hacer efecto. Sin embargo, siempre hay alguien (generalmente el jefe o el líder wannabe) que exige cámaras encendidas porque “así es más dinámico”.
¿Más dinámico para quién? Para el que habla, porque está enamorado de su voz, exponiendo su trauma de no haber podido ser locutor de su estación de radio favorita. Mientras tanto, el resto solo está fingiendo que no odia su vida en ese momento.
Y ni hablemos de los fondos virtuales de videollamadas, porque ahí se revela la esencia de cada godín. Está el que usa el fondo de la oficina para pretender que sigue en la empresa aunque esté en la playa. El que se pone un fondo genérico de ciudad futurista creyendo que se ve cool. Y el que se vuelve un ente borroso porque su fondo verde de mala calidad lo hace parecer un holograma en descomposición.
Mandan reuniones urgentes de la nada, alterando el calendario porque a nadie se le ocurre ver si estás libre. Y maldita sea, nadie respeta el horario establecido de las reuniones. Las de 30 minutos se convierten en 1 hora y las de 1 hora se extienden hasta las 2, como si el tiempo fuera un concepto flexible inventado por Recursos Humanos.
Y rara vez alguien entiende que tener videollamadas recurrentes como junta no es mejor.
¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOO, NO MAMEN!
La juventud se va por la ventana en juntas o videollamadas que neta sí pudieron ser un mail (y corto). Las reuniones en estas plataformas no son más que el escenario donde los godínez se presentan tal cual son.
Ahí es donde realmente conoces el alma de tus compañeros de trabajo: el que deja el micro abierto y deja escapar su verdadera esencia, el mansplaining descarado, el manterrupting incesante, el gaslighting sutil disfrazado de retroalimentación “constructiva”, el grado de narcisismo y lo sicópata de la gente en la oficina.
El bullying disfrazado de “broma”, con comentarios desubicados envueltos en condescendencia, dignos de demanda laboral pero sin la suficiente fuerza porque “era broma”.
Y todo esto mientras te preguntas cómo RRHH simplemente no lo detectó en el proceso de selección.
Y luego están las juntas que pudieron durar dos minutos si tan solo el presentador tuviera los tanates de decir “no sé”, en lugar de perderse en una parodia standopera de pena ajena, justificando lo injustificable mientras se lleva un cagadón propinado por el macho alfa de la reunión (el gerente, el director o el encumbrado en cuestión).
Mientras la audiencia observa en silencio y/o disfruta la tortura.
Y es que no es por justificar, pero se entiende que exista ese tipo de sometimiento, pues la comprensión lectora brilla por su ausencia en la selva corporativa. A veces, un mail puede desatar la guerra dependiendo del termómetro emocional del individuo en cuestión.
Como sea, muchas juntas no es algo bueno, no es eficiente, no es de Dios.
Al final, Teams, Zoom y compañía han logrado lo impensable: hacernos añorar los correos kilométricos que antes odiábamos.
Porque en esta Selva Corporativa, la única reunión o videollamada realmente productiva es la que nunca sucedió.
→ Próximamente: Capacitación, la estafa educativa y archivada.