El director Damian Chazelle logra con su segunda película contagiarnos de esas necesidades que tienen los personajes de dar lo mejor de sí, de mantenerse constantemente inspirados, y de tomar ciertas decisiones por un amor genuino y sincero a lo que hacen, en este caso la música
Por: Adolfo Nuñez Jurado
No hay imagen, solo un sonido seco que retumba en un fondo negro.
La brutalidad y potencia de una batería que va subiendo de tono y se vuelve cada vez más fuerte y contundente, hasta que el cuadro vivo, palpitante y en movimiento entra de lleno.
En la secuencia inicial de la película vemos como el estudiante de primer año Andrew Neyman (Miles Teller) conoce al profesor más terrorífico del conservatorio Shaffer, la escuela de música más importante de Estados Unidos y que también se transforma en una cámara de torturas y laceraciones psicológicas conforme avanza la historia.
Un primer encuentro aparentemente sencillo y tal vez intrascendente, pero que establece desde el inicio los perfiles de los personajes.
Terrence Fletcher (J.K. Simmons) es el conductor de una gran banda de jazz en dicha escuela, estricto, intenso y un hermano espiritual del sargento Hartman en Full Metal Jacket (1987) de Kubrick.
También es un profesor que considera que la mejor manera de exhortar a sus alumnos a que den lo mejor de sí es lanzándoles sillas y agrediéndolos física y verbalmente.
Neyman es un apasionado baterista que busca trascender en el mundo de la música y volverse uno de los grandes como Buddy Rich.
Para lograr alcanzar sus objetivos, y subiendo un peldaño a la vez, aspira a volverse el baterista principal de la gran banda de Fletcher, quien constantemente lo reta e insulta en los ensayos, a manera de exhortarlo a que toque cada vez mejor.
Como tal, Neyman práctica en su instrumento hasta que sus manos se llenan de ampollas y llagas que explotan, que cubren de sangre y de sudor los platillos y las tarolas.
Es en este punto de la narración, cuando los dos personajes se cruzan que se desarrolla una dualidad impresionante: el profesor que explota al estudiante que está dispuesto a sacrificar todo (amigos, familia, novia) con el afán de lograr la perfección absoluta.
Un argumento utilizado en infinidad de ocasiones en el cine y cuyo eje central no puede ser otro que la obsesión.
Más allá de esto, Whiplash es una película que gira en torno a las disciplinas físicas, en este caso las musicales, el ritmo y la melodía.
Dichos arcos narrativos resultan en una tensión constante en un thriller psicológico en medio de las partituras, las cuerdas y los instrumentos de aire con situaciones que realmente logran sorprendernos, con un ritmo que nos noquea, nos pone a vibrar y a brincar de nuestro asiento.
El director Damian Chazelle logra con su segunda película contagiarnos de esas necesidades que tienen los personajes de dar lo mejor de sí, de mantenerse constantemente inspirados, y de tomar ciertas decisiones por un amor genuino y sincero a lo que hacen, en este caso la música.
Ese amor al arte, en este caso al jazz, es uno de los mayores puntos a destacar en la visión del realizador, la melancolía hacia glorias pasadas, donde la música era real, cuando no había “Starbucks Jazz” como menciona Fletcher.
Una época donde había sentimientos reales en la ejecución, donde se encontraba a un nuevo Charlie Parker a la vuelta de la esquina, cuando todo estaba por descubrirse aún y la creación de la música era una experiencia catártica que demostraba cuales eran los límites de las personas con verdadero talento, de lo que los seres humanos somos capaces cuando amamos lo que hacemos.
En este sentido, la cinta resulta en una experiencia catártica que muestra los límites de Neyman que terminan siendo impuestos y decididos por Fletcher, y su evolución hacía lo que ambos consideran la grandeza, en un espacio donde el valor de la música no es subjetivo y la audiencia es testigo de eso.
Prueba de ello es la estupenda y apabullante secuencia final, la cual tal vez genere que más de uno se levante de su asiento y comience a aplaudir cuando los créditos empiecen a correr.
Whiplash es una especie de milagro hecho película, una cinta pequeña e “independiente” (en el sentido real de lo que dicho término significa).
Con un argumento simple pero jamás sencillo, es una obra que nos recuerda que a pesar de que tal vez los tiempos actuales no son tan favorables para el talento real, y solo podemos evocar a los grandes del pasado, la música y el genuino valor hacía el arte deben ser necesidades absolutas en nuestras vidas.