El documental, a nivel tradicional, suele caracterizarse por el eterno conflicto del distanciamiento entre el realizador y el objetivo.
Una persona que carga una cámara y sigue una estructura propuesta pretende llegar al meollo de algún asunto sin tocarlo ni influir, sin embargo, muchas veces hay secretos tan grandes que se convierten en buenas ideas, y que su exploración requiere de excavar, incluso, el propio corazón.
El Pacto de Adriana es un documental chileno realizado por Lissette Orozco, cuyo origen ocurre muy lejos del mundo audiovisual. Lissette tenía una tía Adriana, ella se había ido a Australia y era la tía favorita que visitaba y traía regalos. La que hacía sonreír a todos y cuya presencia significaba fiesta. Así fue, hasta que un día ya no.
Mientras la iban a recoger al aeropuerto, un grupo de policías llegaron y levantaron a la mujer, revelando así un secreto familiar sobre el que se prefería no opinar, Adriana estaba acusada de ser agente de la DINA, una de las agencias más sanguinarias en Chile durante el gobierno de Pinochet. Esto no podría ser cierto, Lissette contaba con una cámara y haría lo necesario para descubrir la verdad de su tía, sin embargo esto podría llevar a ser una gran sorpresa, incluso para la sobrina convertida en detective/directora.
El Pacto de Adriana es una obra dura, libre de una pretensión innecesaria, que va directo al punto. Un punto que puede ser doloroso, el secreto que la familia nunca toca, y que en este caso se convierte no sólo en un tema en casa, sino la exposición de un pecado nacional con el que un grupo de personas, quienes comparten apellido, deben cargar. Lissette Orozco es personaje y realizadora, dos ojos y dos manos deben realizar una labor candente y dolorosa, desentrañar sus propias emociones y dejarlas para un lado, todo para construir una realidad oculta y, de paso, dejarnos un documental que sirve como gran ejemplo histórico, artístico y audiovisual.
Fotografía: Ana Cristina Rodríguez, Facebook / Behance