Del 7 al 11 de diciembre se llevó a cabo la muestra retrospectiva de la filmografía de Juan Manuel Sepúlveda, documentalista mexicano nacido en Pachuca, Hidalgo y ganador del Ariel por mejor documental por La balada del Oppenheimer Park.
Juan Manuel Sepúlveda se formó como cineasta en la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas (ENAC antes CUEC) en la Ciudad de México. A lo largo de su carrera el hidalguense ha explorado la vida a través de la lente con la intención de capturar la visión del otro, de buscar la belleza a las situaciones aparentemente simples o a las que hundidas en su cotidianidad se etiquetan como una cosa más.
Por: Nancy Oviedo, @NanOviedomx
En esta retrospectiva se exhibieron en la Cineteca FIGG de Guadalajara cinco de sus largometrajes así como dos cortos: “Extraño rumor de la tierra cuando se abre un surco” y “El pueblo del atardecer carmesí”. Los cuatro primeros filmes dieron paso a la presentación de su más reciente producción “La sombra del desierto” que empieza a exhibirse desde el 11 de diciembre en este lugar, y que luego será exhibido también en el Cineforo.
Así que con motivo del estreno también se llevó a cabo una charla con el director hidalguense y aquí te dejamos un paseo por la trayectoria fílmica de este documentalista mexicano.
La frontera infinita (2007)
Sigue el camino de cientos de indocumentados centroamericanos en su paso por México para llegar a Estados Unidos con la ilusión de alcanzar un mejor nivel de vida. En el trayecto muchos de ellos han perdido ya brazos y piernas, pero nunca la fuerza de intentar alcanzar el objetivo: una mejor calidad de vida.
La esperanza que no muere, ni se mutila con desmembramiento físico. En este documental está retratado magistralmente el verde del paisaje que se cuela como un personaje más a la vez villano, a la vez amigo al lado de los rieles que guía a esa Bestia cargada con miles de sueños que esperan cruzar la frontera.
Lecciones para una guerra (2012)
Inicia con una cámara en movimiento en medio de una montaña y narra la nostalgia de un pueblo melancólico por haber perdido su hogar y al mismo tiempo sentirse orgulloso de su lucha por la vida sin dejar de estar alerta, saben que este no es el fin sino solo una lección más para la guerra que se avecina e intentan adiestrar a los jóvenes para que se preparen para esa lucha que les tocará enfrentar.
Este documental es un recordatorio de que no hay deidades punitivas, es el mismo ser humano que se persigue, se atormenta y se mata, si se deja. La vida de muchos está a cargo de los niños que sirven de vigía, sus ojos son claros, son los nuevos guerreros. Las viviendas oscuras recuerdan un poco de lo que Buñuel dejó como herencia en Los Olvidados (1950) con aquellos personajes que podían verse a sí mismo flotar en la agonía de un sueño.
Sin embargo en este largometraje más que celebrar al pasado se le recuerda con atención por este pueblo que no termina de asentarse de manera permanente no obstante sabe estar presente en la celebración de una boda y recordar un romance nacido en plena guerra para dejar como lección final que es posible otra felicidad, una más simple y por ende más feliz.
La balada del Oppenheimer Park (2016)
Introduce al espectador con un grupo de nativos exiliados de reservas canadienses que se reúnen día con día en el Oppenheimer Park ubicado en Vancouver. Harley Prosper, Janet Brown y Bear Raweater son algunos de los nativos exiliados que en su cotidianidad transforman el acto de la bebida en un diario rito desafiante.
Juan Manuel Sepúlveda logra intimar en la realidad de un pueblo extranjero en su propia tierra que está delimitada por este parque en el que de tanto en tanto se les provee de artículos sanitarios a los amantes que en medio de la orfandad social se leen cuentos para dormir, esconden sus besos bajo una prenda oscura y la maternidad se expone triunfante a pesar de la miseria.
La balada del Oppenheimer Park ganadora del Ariel por mejor película documental no trata de explicar, no contextualiza y por ende no concluye una historia particular de los personajes. La lente de Sepúlveda solo expone el mundo que existe al cruzar la frontera no de Canadá, sino de una extensión de tierra donde a los nativos no se les permite siquiera enterrar a sus muertos.
Una realidad punzante e incómoda como lo son todo los bordes políticos de cualquier exilio.
La vida suspendida de Harley Prosper (2018)
Sirve como memoria para el mismo protagonista, Harley Prosper, nativo exiliado de las reservas canadienses que yace recluido en un hospital de enfermos terminales después de haber sido diagnosticado con insuficiencia hepática por su afición a la bebida.
Harley quien en su juventud fue elegido como chamán de la comunidad Cree a la que pertenece, pero rechaza ese llamado para literalmente suspender su vida en las distintas decisiones que lo alejan de su místico llamado. Los días para Harley confinado en una habitación sucia de un hospital público no significan nada. El tiempo ha dejado de regir el transcurso de todo e incluso de su propia rostro que enfunda en una máscara mientras de fondo la música pow pow suena fuerte.
La vida de Harley no tiene explicación, no la necesita y por lo tanto no la busca ni siquiera cuando un año después de su rehabilitación sale del hospital para tener una vida autónoma. ¿Son los espíritus responsables de la fortaleza del hígado de Harley o su Kokum (abuela) que a pesar de todo como mujer medicina lo mantiene vivo aunque se encuentre suspendido?
La sombra del desierto o El paraíso perdido (2020)
Con esta película Juan Manuel Sepúlveda parece terminar el viaje que inició en 2007 documentando la travesía de los miles de indocumentados centroamericanos en su paso por México.
El filme se ubica en Tohono O’otham pueblo desértico en el estado de Sonora, lugar por donde se ven obligados a perderse y/o morir miles de personas con la intención de cruzar la frontera estadounidense y es aquí donde la misma sequedad de esta tierra acoraza a sus viajantes con la máxima «tu lastima no me sirve, tu colaboración, sí».
Diablo es el aparente protagonista que a pesar de su mote y los cuernos tatuados en su cabeza dejan ver la enorme ternura que le provoca disfrutar del atardecer con la ilusión de que pronto estará en suelo americano, suelo lleno de promesas, suelo de la familia con la espera reunirse si todo sale bien, pero si no tiene ese momento, ese presente que no volverá. Consulta la cartelera aquí www.cinetecaficg.com
En mi opinión
La transformación de cada una de las situaciones que retrata el cine de Juan Manuel Sepúlveda le ha dado el beneficio de descubrir su propio rostro. No obstante lo genera también el espectador con cada escena, que en apariencia, se pueden percibir aislada al hilo de la historia e incluso genera la sensación de estar inconexa con el título empero la profundidad de prosa fílmica de este director, es justo eso, una prosa.
Las imágenes que Juan Manuel no solo hablan a la audiencia, la esperan. El cine de Sepúlveda es un cine incómodo o como él mismo lo dice «un cine a contrapelo». Un cine que desde la butaca reta al espectador a conectar con su empatía a hechos aislados de una realidad ajena, pero que a pesar de todo no juzga ni la realidad, ni al personaje sino que logra conectar desde aquello que nos une como seres humanos: la emoción, esa reacción estimulada por distintos factores que con cada cuadro en las películas de Sepúlveda queda claro que el mundo es como es y lo que basta es establecer nuevas relaciones con él, no la pedestre idea de querer cambiarlo.
Es común percibir al documental como una historia llevada por personajes dados tal como sucede en el cine de ficción. Una historia con principio, fin e imágenes de archivo, si bien el cine documental ha servido de denuncia y/o protesta llega a desvirtuarse en el momento en el que el realizador toma partido tanto a derecha como a izquierda del tema que retrata y es aquí donde el cine de Sepúlveda se destaca de manera brillante porque esa constante de producción en maquila no se refleja en su filmografía.
El cine del hidalguense sobresale porque no juzga ni las situaciones y/o personajes retratados simplemente los deja fluir, los ilumina para que sean visibles ante los ojos de extraños e incluso ante ellos mismos en sus propios discursos.
En el cine de Juan Manuel no existe la tendenciosa categorización tipo castas que destaca al genero documental. Escuchar los diálogos de sus personajes resulta en una introspección a través de aquel que reflejado en una pantalla es capaz de señalarnos que el corazón, las viseras, el dolor y la alegría nos unen a todos por igual. Un cine donde la víctima y el victimario se vuelven uno a través de su propia humanidad.
Lo sublime del cine de Juan Manuel Sepúlveda es la posibilidad de descubrir en cada imagen a través de su lente el propio rostro en la obstinada necedad de aquello que llamamos vida. | #KaVoltaCine 🖤