La disciplina japonesa ha cobrado fuerza en Jalisco desde hace varios años, prueba de ello son la multiplicidad de espectáculos y la diversidad con la que combinan sus raíces con expresiones latinoamericanas contemporáneas
Yumiko Yoshioka, una de las grandes maestras vivas de la danza butoh, dijo en una entrevista reciente que desde muy joven sintió que los ritmos latinoamericanos la llamaban de una manera extraordinaria y poco habitual, por lo que con el paso del tiempo se había convencido de que en una vida anterior a ésta, perteneció a Latinoamérica, no sabe a qué país, pero sí que a este lado del hemisferio. Tal vez México, tal vez, por qué no a Guadalajara y que esas raíces se quedaron por aquí y dieron sus frutos en los años subsecuentes.
Guadalajara es una de las ciudades del país con más expresiones de butoh, aquí varias compañías lo demuestran: bailarines, espectáculos que agotan boletos en varios recintos y talleres con profesionales de la talla de Katsura Kan, Yumiko Yoshioka o Natsu Nakajima.
Es en la ciudad, también, donde se desarrolla durante todo el año la Muestra Internacional Butoh y Expresiones Contemporáneas en Guadalajara, un espacio para albergar las teorías y las técnicas desarrolladas en nuestro tiempo sobre la disciplina y sus influencias en las expresiones dancísticas en México.
La artista escénico Altagracia Vázquez, creadora de Disertaciones, dice que, aunque ella no es propiamente bailarina, la práctica del butoh la ha ayudado a desarrollar ciertas expresiones físicas que eran difíciles de poner en escena: “Hay cosas que sólo puedes decir con el cuerpo”, dijo. Y es cierto. Esta es una de las leyes primordiales del butoh.
En términos más prácticos, lo que busca esta danza desde sus inicios, desde que Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno lo hicieron por primera vez para escandalizar a todo Japón hace casi 70 años, es llevar al ser hasta su interior más desconocido, ahí donde se desprende de lo humano y vuelve a su origen ancestral: de ahí las caras grotescas, los colores desnudos, los movimientos animales, espasmódicos.
Según Yumiko Yoshioka, al menos en uno de los talleres que más imparte en otros países, se trata de escuchar la resonancia del cuerpo, la memoria colectiva, el dolor del mundo, el tiempo, la energía del cuerpo y todos los elementos que conforman el interior son los que imponen los pasos. “No existimos solos, todo está conectado en una red de resonancias…”.
Por eso es difícil, o al menos parece serlo, llevar el butoh a un escenario frente a personas que no están familiarizadas con estas búsquedas: las piezas son tan largas como lentas en su desenvolvimiento, son capaces de abrumar a cualquiera.
“El butoh es un lamento bailado, un retorcerse en nuestra condición humana. Una de las referencias visuales de sus creadores fueron los cuerpos medio muertos que se arrastraban entre los escombros tras la detonación de la bomba nuclear de Hiroshima”, describió recientemente la periodista Ana Vidal Egea sobre el movimiento.
Brenda Cedillo, otra bailarina mexicana fuertemente influenciada por las raíces del butoh, dijo en entrevista que tomar clases con el maestro Katsura Kan cambió por completo su percepción de la danza y la relación que esta tiene en el cuerpo:
“El maestro te hace una invitación de introspección sobre el movimiento corporal, desde tu forma de vida, cómo percibes las cosas: es una especie de búsqueda personal interior. Trabaja mucho sobre la imagen y la sensación. Busca mucho la naturalidad del cuerpo y a la vez la cuestiona: ¿qué es lo natural en el cuerpo?, es un ejercicio de escucha pero también convivencia, reflejarte en el otro”, dijo entonces, a propósito de un taller de Katsura Kan en Jalisco, por las celebraciones de los 120 años de la migración japonesa en México.
“Es difícil presentar el Butoh en México”, dijo en esa ocasión. Por otra parte Iñaki Oyarbide, un bailarín que tomó un seminario en artes tradicionales en Kyoto dijo que “aquí las personas son poco receptivas con las expresiones faciales, o con los movimientos abruptos y eso lo hace complicado”.
Sin embargo y, con la prueba de varias entre muchas expresiones como estas en Jalisco, el butoh ha sembrado su semilla.
“Es una corriente que se nutre de la cultura japonesa y de otras influencias de posguerra; ha tenido una gran influencia en la danza de Jalisco y una muy buena respuesta de la comunidad dancística en general en latinoamérica: cada vez vemos más a los maestros japoneses en más actividades en el continente”, dijo en otra entrevista Sandra Soto, directora de la coordinación de danza de la Secretaría de Cultura de Jalisco.
En La caminata del ciervo, una de las más recientes piezas de la bailarina Alfonsina Riosantos, la autora indaga en su propia práctica artística, su trayectoria y los lenguajes llenos de muchas influencias dancísticas, pero sobre todo de las japonesas. Esta obra se presentó hace varios meses. En el escenario hay una mujer que a través de la imagen del ciervo busca acceder a sus raíces.
La Caminata del Ciervo, de Alfonsina Riosantos
“El butoh plantea siempre esta forma de llegar al ancestro a través de espíritus animales, el ciervo funciona bien por nuestras raíces, lo tenemos arraigado, por ejemplo a través del venado en ciertas culturas mexicanas”, contó entonces.
Sobre todo las influencias latinoamericanas son más visibles en todo lo que hay alrededor del espectáculo, todos los elementos que se han ido añadiendo al paso de los años con la intervención de músicos, escenógrafos, vestuaristas y coreógrafos que han puesto su toque en las manifestaciones del butoh en la ciudad.
“El butoh es una celebración de la diversidad: tenemos muchas esencias en nuestro cuerpo, muchos recuerdos, muchas puertas, algunas de ellas cerradas, pero podemos tocar, no a la fuerza o con violencia, sino tocar la puerta, tal vez encontremos la llave para abrirla y si no sirve, cerrarla otra vez”, dijo Yumiko Yoshioka, por ejemplo, en una entrevista.