¿Cómo comenzar a explicarles la intimidad de su voz? ¿Cómo decirles que el idioma y las épocas son rebasadas por su música? ¿Cómo escribirles acerca de la privacidad mutua de sus letras? Me quedarán cortas las palabras para expresarles lo que Catherine Russell, una mujer llena de pasión por la vida, por el romance, por la música, ha llenado en el recinto.
Por Lizeth Alarcón, fotografías de Noé Blanco para Kä Volta
El pasado jueves 20 de septiembre, el Conjunto de Artes Escénicas, lugar del cual me tomaré el tiempo preciso para escribir acerca de su magnificencia arquitectónica y sobre todo acústica; se ha engalanado al recibir al enorme cuarteto, Catherine Russel Quartet.
Hago la invitación a todos de acudir al Conjunto de Artes Escénicas, ya que, sin duda alguna, forma parte de los recintos culturales más importantes de la zona metropolitana, quedarán fascinados ante su presencia arquitectónica y la oferta que tiene para los citadinos.
Entro a la sala 2, tomo asiento en una confortable silla, una media luz acogedora y en el escenario solo tres instrumentos: piano, contrabajo, una guitarra y un banco. La luz de la sala decrece, el escenario se ilumina y tres individuos suben, saludan, toman sus instrumentos correspondientes y así es como Mark Shane, Tal Ronen y Matt Munisteri comienzan un suave bienvenida. Cabe recalcar que la pieza me dejó totalmente encantada de inicio a fin, la acústica del lugar le hizo justicia a su talento, lograba escuchar el rasgueo de la guitarra en manos de Matt como si estuviese justo a mi lado, al compás de cómo marcaba el tempo con su pie ligeramente y resonaba en la duela del escenario.
De esta manera abrieron paso a recibir a Catherine Russel, mujer que llena el escenario con su gran sonrisa y su gran talento; atributos los cuales ha heredo de sus padres, a quienes recordamos en algunas de las canciones con las que nos deleitó y que habré de mencionarles. Su padre, Luis Rusell, panameño de nacimiento, jazzista de los grandes tiempos, quién dirigió y escribió para uno de los mayores exponentes de la Big band, Lois Armstrong; y de madre a Carline Ray, mujer prodigio egresada de Julliard en Nueva York; con tal parentesco, el talento de Catherine viene de manera natural y practicando desde muy pequeña.
Canción tras canción, el público no dejaba de estar deleitado, no noté el tiempo siquiera en que mis pies solos comenzaran a moverse envidiando a aquellas parejas que en medio de los pasillos comenzaron a bailar, acto que Catherine aplaudió, celebró e invito a continuar.
Ha tocado canciones ya de los grandes, algunas de composición de su padre y algunas de su misma autoría; no podría yo decirles los nombres de estas canciones y por ello les pido una disculpa, lo que sí puedo decirles, es que todas esas canciones las conocíamos cada uno de nosotros, talvez no en letra, no en melodía, pero sí en sentimiento. Catherine nos regresó al romanticismo, a la privacidad, a lo íntimo; nos lleva a recrear la noche perfecta, a ese momento de dos y a solo estar, solo ser; todo aquel que se haya enamorado en esta vida me comprenderá y creo que de esos, habremos muchos.
Para el romance no hay época, pero sí música, el jazz; y Catherine, ella es increíble.