De todas las letras que existen la variedad que se une para formar la palabra más dolorosa para ti en este momento con la cabeza abierta empieza suave.
Susurrada en tu oído una y otra vez en esta sala de hospital público mientras una enfermera te examina la herida detrás de tu cabeza y la mitad de tu rostro se apoya en una charola de metal. Sabes que eres fuerte, pero no te sientes. Es algo que sabes como saber sumar, o que el agua moja, casi una obviedad. Sin embargo en este preciso instante tu fuerza se diluye, se vuelve intangible.
Escuchas que un médico se presenta contigo y eres cortés, le explicas que te caíste al salir de la regadera, tu cabeza golpeó con el escalón de la salida. Tienes una herida que requiere puntadas. Los médicos discuten si tres o cuatro, una enfermera dice cinco mientras tu piensas: «Hagan sus apuestas señores ¿quién da más?»
Haces un chiste a solas del que no alcanzas a reírte porque otra vez se pronuncia la interrogante maldita «¿estás sola?» Respondes que sí y al escuchar tu propia voz algo más se rompe dentro ti, duele, incluso más que la herida en tu cabeza. Te duele el pecho, te duele tu infancia, tu juventud, todas tus decisiones, toda tu soledad se transforma en lágrimas que caen en esa charola mientras otro enfermero te dice que te va a cortar el cabello para la sutura. Ves como caen tus cabellos oscuros al piso. Después alguien más, ya no reconoces las voces, te vuelve a preguntar si estás sola, bajito respondes que sí. El médico te avisa que va a anestesiar de manera local para que no duela, imposible. No dimensionan el dolor que hay dentro de ti en este momento.
Te preguntas dónde maldita sea estás, dónde te quedaste sola. No sin el Sr. H, dónde te quedaste sin ti en esta camilla «Listo, señora ahora necesita ir a rayos x para ver las lesiones de su cuello» En un momento te dan ganas de aclararle al médico que no eres señora, pero ni tiempo te da cuando ya estás en la silla de ruedas a otra sala. Una hora y media después estás fuera del hospital con tus radiografías en una mano, una receta y con la otra maniobras el celular para pedir el Uber que te llevará a tu casa. En el trayecto paras en la farmacia par surtir tu receta, comprar un cuello ortopédico y un helado de chocolate. Bajas del Uber con mediana dificultad, abres la puerta y luego echas doble chapa. Subes las escaleras y miras el manchón de sangre en el escalón del baño, las huellas de los zapatos sucios de los paramédicos que te llevaron en una ambulancia al hospital.
No, tú no estás sola. Resbalaste al de bañarte, te abriste la cabeza, llamaste a la ambulancia, te hiciste cargo de ti. Saliste de tu casa por tu propio pie y te regresas a ella viva, sana y salva, si la S se asoma y te susurra no es por soledad, no es por molestar, no es por maldad, en ti la S es como la de de Superman, una S de superhéroe.
Ahora piensa que todo esto pudo evitarse si no te bañaras, considéralo.
¡Bonito fiiiiiiiiin!
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