El divorcio es para valientes fue el artículo que leí unos días después de celebrar el mío, y para ser honesta no me sentía nada valiente.
Dos días antes de firmar mi libertad legal, de volver a adquirir mi soltería legal, resbalé al salir de la regadera. Lo que resultó en una herida que requirió de seis puntadas, esguince cervical y un rasguño en la mano derecha.
Corría febrero, el mes del amor, de un coqueto 2018. Estaba sola en casa con un ataque de ansiedad tremendo porque mi entonces marido no llegaba a casa. Ya había pasado la hora que habíamos pactado para su llegada, y yo sabía que estaba divirtiéndose en algún bar con sus amigos bebiendo. Que manejaría a casa en ese estado, lo que ocasionaría un accidente, tal vez muriera y me quedaría sola. La imagen en mi mente me hizo desvanecerme en suelo hundida en mis lágrimas. Era curioso como en ese estado de angustia pude casi como salir de mí para verme ahí tirada en medio de sala abrazándome a modo de consuelo.
Me dolía hipotéticamente que me dejará sola, quedarme sola, ser abandonada, ser de algún modo traicionada, pero ya estaba sola, abandonada y traicionada. ¿Qué más me quedaba? Me preguntaba mientras iba al baño por un pañuelo para limpiarme y como de película me miré en el espejo y me dije «Yo, me tengo yo».
Ese día por fin reuní el valor para decirle «Quiero el divorcio» no recuerdo haberme sentido fuerte, ni valiente ese día ni los que le siguieron. Sino todo lo contrario, me sentía estúpida. Me asaltaba la idea de haber hecho lo correcto sobre todo de sí el amor se había terminado. Como buena amorosa me preocupaba el amor, mi amor, y había intentado salvarlo cuando era yo la que no quiso estar desde el inicio. sí es yo no me casé porque quise. Yo me casé porque para él era importante realizar ese acto/ritual por amor. Lo hice sin darme cuenta de la importancia de la preposiciones. Es decir, una cosa es casarse POR amor y otra CON amor.
Hace poco charlaba con un buen amigo que está por casarse y me explicaba la diferencia. Casarte CON amor conduce a un compromiso consciente mientras que casarte POR amor seguro termine en divorcio. Como me pasó a mí, porque lo hice por necesidad, por quedar bien, porque me quisiera, por ceder, por ser aceptada, por no ser abandonada, por no estar sola y por eso mismo hice todo lo que pude para prolongar ese enlace que terminó por romperse y ni siquiera dramáticamente sino de a poco y en silencio.
Al inicio no di mucha importancia a seguir el trámite legal de la separación ocupándome de vivir mi vida como toda una Marc Anthony empoderada. Sin embargo me la pasaba pensando que el día que celebrara tal acto me sentiría libre, soberana, dueña de mí y dejaría de sentirme sola. Me imaginaba llegando al juzgado vestida de poder enfundada en un vestido elegante, maquillaje perfecto, taconatzo, pelatzo sencillamente arrolladora.
Luego de dos años y ocho meses llegó el día de la firma del divorcio y muy por el contrario de mi fantasía de llegar arrolladora llegué arrollada literalmente con cuello ortopédico. La cabeza punzando por la herida enfundada en un vestido negro eso sí, pero hinchada como ampolla por accidente de la regadera.
Todo sucedió en santa paz y me di cuenta de que tanto para casarte como para divorciarte solo tienes que decir «Sí».
Algo pasa cuando hacemos las cosas por amor. Y es que lo hacemos llenos de expectativas, no necesariamente personales, pero las hacemos igual. Estamos educados para pensar que por amor todo es válido, todo funcionará, todo permanecerá. Es como si todo aquello que encierra al amor, que además ahogamos al adjetivar como eterno, habitara el futuro, ese espectro de tiempo de que no hay certeza de alcanzar, pero lo esperamos, lo deseamos e incluso ensoberbecidos.
Pensamos que todo depende de nosotros para hacerlo perdurar en otro espectro llamado «siempre» y eso no pasó, no pasa y no pasará. No mientras nos sigamos aferrando a la nauseabunda idea de que el amor consiste en una primer mirada (o acostón #cadaquien) y que con el tiempo, otra vez futureando, se darán las cosas. Las cosas se dan cuando uno mismo es consciente o está dispuesto a serlo. Luego se suma el otro y ya son dos que establecen acuerdos, los respetan, están dispuestos a vulnerarse y sobre todo a respetarse sabiendo que las cosas que se dan también pueden dejar de darse.
No sé si fue ese golpe que me abrió la cabeza en más de un sentido, o las puntadas de alguna manera remendaron mi valor o aquella niña interior que lloraba esperando a su padre sentada en un banca, que igualmente eligió de adulta a un hombre similar a él. Si fue esa misma niña que miré tirada en el suelo llorando aquel día que pedí el divorcio lo que me dio valor para hacerlo, pero a un año de haber obtenido mi libertad legal, mi soltería legal con el alma, el corazón y la cabeza remendados entiendo la importancia de las preposiciones en los actos de amor y puedo confirmar que efectivamente el divorcio es PARA valientes.
¡Bonito fiiiiiiiiin!
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