Es casi imposible, en esta era tecnológica y más con la pandemia no hacer uso de las aplicaciones. Son tan diversas y útiles para todo tipo de mercado que el de la soltería/soledad/aburrimiento no son la excepción.
La aplicación más popular tal vez por ser una de las primeras es Tinder. Sin embargo han surgido muchas más que incluso se autodenominan feministas como es el caso de Bumble, que permite a las mujeres iniciar la conversación, con lo cual esta aplicación pretende empoderar a la mujer. Además de que como mujer no te encontrarás con la desagradable sorpresa de ver la foto de un pene por ahí entre match y match.
No es que yo tenga algo en contra de los penes, al contrario los hay muy bellos, pero aunque no estoy en contra del intercambio de packs con el debido consentimiento, la cosa es que no siempre hay tal y los hombres en su afán de conquista suelen enviar ¡CA-DA CO-SA!
En fin, volviendo al tema que aqueja a la humanidad desde el principio de la existencia misma: encontrar el príncipe azul, la pareja perfecta, y es aquí donde las aplicaciones nos evitan la fatiga de salir y gastar (al menos al inicio) ya que es posible interactuar con diferentes personas (al mismo tiempo) con la idea de planear el próximo encuentro.
Este tipo de aplicaciones te permiten encontrar al objetivo más cercano, así que tampoco le batallas tanto. Cuando lo medito me da la impresión de estar en un mercado de segunda eligiendo lo menos peor de la paca de ropa usada al mejor precio, ¿suena espantoso? Sí y lo es, lo curioso es que incluso siendo parte de ese grupo mundialmente decepcionado del amor y el sexo casual, como sociedad sigamos creyendo que un día encontraremos alguien especial, alguien con quien pasar el resto de nuestros días, alguien que llegará de la virtualidad al mundo real para formar parte de nuestra cotidiana realidad.
A lo largo de tres años en el mercado de la soltería he escuchado historias de amigas, amigos y amigues que con toda la fe se lanzan una y otra vez a la siguiente aventura, a la siguiente oportunidad me gustaría decir. Más bien lo que pasa es que solo se enfrentan a la siguiente decepción, auto decepción cabe mencionar, y es que en realidad ¿es tan necesario salir con alguien? Y cuando digo alguien quiero decir con ese desconocid@ que de entrada nomás sabemos que está en la misma necesidad afectiva y/o sexual que el resto de los usuarios.
Una amiga me platicaba que seguro su cita sería menos peor que la anterior «Tengo fe» me dijo y después de casi dos semanas de estar hablando con el objetivo en cuestión se vieron, se olieron, se despidieron. La brevedad de las relaciones es algo muy común hoy en día y más el uso de las aplicaciones de citas. A pesar de eso, es curioso que lo que esté en la mente del usuario sea encontrar algo mejor que lo anterior, así de simple, algo. De alguien nos convertimos en algo y de sentido humano nos queda solo la calidad de nuestra apariencia vaciada en un fotografía en el mejor de los casos con el menor uso de filtros.
Mi experiencia en este tipo de aplicaciones fue accidental y casi nula. Después de mi separación le chilloneaba a una amiga lo fea que me sentía, que tal vez por eso mi relación había terminado, que él había encontrado a alguien mejor mientras me hundía en haciendo el #perrooso con la cara llena de lagrimocos, ella tomó mi celular y me abrió una cuenta, no recuerdo bien, pero sé que fueron poco minutos en los que cuando me medio calmé me mostró la pantalla que reflejaba casi cuarenta match. El alma, mejor dicho el ego, volvió a mí «Oh si cuarenta goeyes que ni sé quienes son, ni me conocen a mí, pero me dieron like les gusto valgo la pena, no soy tan fea».
Las mujeres solemos ofendernos cuando se nos objetiva, pero ¿no lo hacemos nosotras mismas cuando subimos una foto sugerente, cuando aceptamos el comentario estúpido disfrazado de halago, cuando nosotras mismas calificamos a otra de fea o poco arreglada o gorda e incluso cuando nosotras mismas clavamos el aguijón ponzoñoso sobre nuestros reflejados en el espejo o en un vestidor despreciándonos por llantonas, flácidas, estriadas o por si nos sobra de allá o nos falta de acá?
Y no digo que no subamos fotos luciendo sexy, yo subo muchas así y borro enseguida los comentarios ofensivos, lo que digo es que nosotras mismas somos víctimas de la objetivación de la que nos quejamos y/o denunciamos algunas veces. Nos colocamos como piezas mercantiles para recibir una calificación aprobatoria, queremos ser aprobadas. Nos enseñaron a serlo y a que es normal. Somos nosotras las que queremos ser mejor, ¿en serio queremos ser mejores o parecernos a tal o cual que en nuestra concepción ocupa la categoría de mejor? Ser la mejor versión de nosotros mismos tiene muchas aristas y se ha convertido es una frase repetida muchas veces, aplicada pocas y olvidada siempre.
Tuve una sola cita utilizando Tinder y como muchos supuse que encontraría a mi alma gemela. Al contrario después de haber pasado más de una hora copiando y pegando mensajes introductorios que me llevarían a la misma conversación con personas distintas supe que esa forma de conocer gente o a mi siguiente amor o amante bandido no sería la forma. Sin embargo recuerdo que también al igual muchos llegué a pensar que era suerte; ya que Tinder me mostraba siempre el mismo tipo de hombre: barbón, alto, medio gordo, igualito a lo que era mi ex, o sea no solo la vida, el destino o la chingada me llevaba de vuelta a mi ex, ahora también la aplicación lo hacía.
En muy contados casos la relación nacida en la virtualidad ha evolucionado a más, pero no depende dónde se conocieron las personas; sino de lo que han estado dispuestas a seguirse conociendo en la cotidianidad que acompaña la realidad. Es genial salir, interactuar, intentar una y otra vez, pero es importante tener claro que cuando se trata de aplicaciones las citas no son amor, no es casualidad, no es el destino, es un algoritmo y nada más.
¡Bonito fiiiiiiiiin!
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