El Jardín de las Delicias es una obra pictórica donde convergen tanto corrientes artísticas, como ideologías religiosas y creencias sociales
En sí mismo es una pieza impresionante, pues es un tríptico de dos metros de alto, y cuya apertura en sí es un ritual de magnificencia y superioridad. Alojado en el Museo del Prado de Madrid,es visitado diariamente por cientos de personas, mismas que pueden salir estoicas o inspiradas.
Me parece mágico pensar que una coreógrafa y artista escénica como Marie Chouinard haya pasado en algún momento de su vida mirando esta pieza, y me gustaría poder imaginarme el momento en el que decidió que a partir de ella desarrollaría una obra dancística de su propia autoría. ¿Habrá sido en el momento en que la vio por primera vez?, o tal vez fue hasta la tercera, quinta, décima vez que visitó el cuadro, que llamó su atención, o quizá había escuchado de la pieza y sabía que quería crear algo a partir de ella incluso antes de pisar Madrid.
Cuando se anunció que sería dicha pieza la que inauguraría el vigésimo primero Festival Cultural de Mayo, me solté a pensar todas las posibilidades de encuentro con el espectáculo. Entré al Teatro Degollado después de haber platicado un poco con uno de los bailarines y el director de gira de la compañía, quienes estaban por demás contentos de estar en Guadalajara, una ciudad de un verano eterno. Esperé en mi butaca a que dieran las 20:30 para la inauguración oficial del festival, con todo el protocolo que conlleva y me emocioné al escuchar en el fondo un murmullo de bosque mientras la Secretaria de Cultura, Myriam Vachez, decía su pequeño discurso.
Los sonidos de flora y fauna eran evidentemente artificiales, salían de las bocinas discretamente y nos preparaban con una cierta expectativa para que por fin comenzara el show. Dos pantallas circulares acompañaban la pantalla “mayor” al fondo del escenario, sobre la cual se proyectaba el cuadro del Bosco aún cerrado. 21 horas en punto, bajan las luces, con una vibración expectante, se abre el tríptico en la proyección para develar la imponente pintura que describiría los actos de la noche.
Acto 1: El Jardín de las Delicias
Una a una, escenas del cuadro central de la pieza plástica maximizaban su tamaño en las pantallas circulares: como si fueran una lupa. Mientras, los bailarines espejeaban los movimientos sobre las tarimas, imitando los paisajes oníricos imaginados por el Bosco.
Maquillados de la cabeza a los pies, diez bailarines mostraron su cuerpo como un objeto frágil pero poderoso: moviéndolo con la delicadeza de una hoja al caer de un árbol. Flexibles, macizos y virtuosos, la escena sobre el escenario engañaba al ojo de lo que es realidad y lo que es fantasía. Pues la ejecución era un encuentro constante entre las técnicas clásica y contemporánea.
Acto 2: El Infierno
Para el segundo acto, no se siguió el mismo método de copia y reproducción de lo plasmado en el cuadro, sino que de una manera muy creativa, se deconstruyó el concepto de infierno, se le agregó una pizca de parodia e ironía, y se presentó sobre el escenario, una recopilación de objetos representativos de muchas de las piezas pasadas de Marie Chouinard. Botas de hule, muletas, picos, escaleras. Las muletas de Body Remix, los sonidos amorfos de Le Cri du Monde (El grito del mundo), los cascos de Les Solos, los picos de Le Sacre du Printemps (La coronación de la primavera). Todo estaba ahí. El caos, la adrenalina, la ansiedad.
En este segundo acto fue en donde me di cuenta que había dejado de escuchar el tranquilo sonido de pájaros y árboles para colocar mi oído del otro lado del picaporte del mismo infierno. Solemos imaginarnos el infierno en visuales: flamas, emociones: dolor, olor: azufre. Pero, ¿se habían detenido a pensar en cuál podrá ser su sonido? Pues Marie Chouinard lo hizo, más allá: lo reprodujo.
Acto 3: El Paraíso
Después del despliegue estético y habilidoso de los bailarines en el primer acto y la catarsis punk del segundo; no pude imaginarme qué esperar para el tercero. ¿De qué manera abordará la compañía canadiense “el paraíso”? Pues personalmente -que no creo que sea una opinión aislada- es la sección del tríptico del Bosco que menos interés me exige. Se compone únicamente de las figuras de Dios, Adán y Eva.
Sin embargo, en esta etapa final, los bailarines comienzan con movimientos lúdicos, imitando las posturas corporales de las tres figuras, cambiando el orden y la disposición de ellos cada vez menos fieles a la imagen original. Pudimos ver la evolución del mundo en escasos quince minutos. De una manera simple, la evolución de las Evas, de los Adanes y de los Dioses, cada uno mutando poco a poco a entes complejos y al final: humanos.
Fotografías cortesía de Compañia de Marie Chouinard y Festival Cultural de Mayo