“Juan Francisco, estás mal, estás enfermo. Ya lo sabemos todo, pero no te preocupes, te vamos a curar tu homosexualidad”, después de éstas palabras sintió por primera vez las sensación de ansiedad que hasta hoy afectan su vida
Durante tres años Juanfra acudió a las llamadas terapias de conversión para “curar su homosexualidad”, incluso llegó a ser uno de los casos más exitosos en Guadalajara por “regresar” a la heterosexualidad. Sin embargo, un día llegó con su madre, quien lo hizo acudir a estas terapias, la tomó de las manos y mirándola a los ojos le dijo: “ya no iré, soy un hombre homosexual y tengo que comenzar a encontrar mi propia felicidad”.
La decisión no fue fácil, ya que implicaba separarse de las personas que más amaba y que más daño le habían causado buscando su salvación, su familia.
Por: Rob Hernández, @robsmx
Para Juan Francisco hay un antes y un después de este momento. Lo refleja en la manera en que le gusta ser nombrado. Juanfra, una versión corta, libre y de una sola pieza, es el reflejo de la nueva vida que comenzó una vez que decidió aceptarse y reconocerse como un hombre pleno, homosexual, lejos de los estigmas sociales y religiosos. Incluso encontró una visión católica que lo arropa y lo acepta como un creyente, sin importar su orientación sexual.
Detectives de la privacidad
A los 18 años supo lo que era el terror, conoció el miedo y vivió en carne propia ser perseguido, observado y maniatado en su desarrollo libre. Un día lo llevaron frente a la cripta de su papá que había muerto 10 años antes.
“¿Hay algo que tengas que decirle?”, le preguntaron. “Pues, no….”, respondió de manera automática; su diálogo interno se volvió una serie de gritos ahogados que rogaban a su padre muerto encontrar la fuerza necesaria para lo que viniera después de esa charla; eso fue el inicio de una serie de acciones para “salvar” a Juan Francisco.
Sus hermanas jugaron un papel inquisidor, para ellas ser homosexual era una enfermedad que podían curarle a su hermano menor. Así se lo hicieron saber en una charla con toda la familia reunida, menos su madre, porque esperaban “curarlo” antes de que ella se diera cuenta.
Ese día, aquel Juan Francisco de 18 años escuchó toda su vida oculta y lo aberrante que era su manera de vivir. Le habían puesto un investigador privado que lo siguió por mucho tiempo para saber hasta el más mínimo detalle de lo que hacía, a dónde iba y con quién convivía. Nunca se dio cuenta, hasta ese momento.
Las terapias de conversión. Parte 1
Después de que le hicieron creer que vivía en un error y chantajearlo para no decir nada a su madre, le hicieron prometer que seguiría sus indicaciones, mismas que lo salvarían del pecado.
Primero tendría que ir a un grupo católico llamado Courage. Un lugar donde trataron su homosexualidad con la misma metodología de los 12 pasos que usan para curar adicciones. Como parte del programa de estas reuniones, había un retiro espiritual que fácilmente se podría llamar: homosexuales anónimos.
Ahí le decían que estaba enfermo, que vivía en el pecado, que se podía curar, que tenía que odiarse a sí mismo por sentir atracción por otros hombres. A todos los que ahí estaban los hacían gritar “¡me voy a curar!”, como parte de una dinámica de integración y de reconocer que ser homosexual es ser el peor ser del mundo.
“Seremos como el águila que se arranca sola las pezuñas y las plumas, para renacer y poder volver a volar”, era una metáfora que el líder les decía, para que los asistentes aprendieran a encontrar la fortaleza dentro de ellos mismos y así arrancar de su propio ser la homosexualidad; todo esto para “volver a la normalidad y ser felices”.
Lo segundo fue, no conforme con la terapia, que siguieron investigando y fiscalizando cada salida que Juanfra tuviera. Le quitaron su celular, prohibieron acceder a su computadora, hablaron con todos sus amigos, fueron a la oficina del que era su pareja en ese entonces y lo amenazaron para que dejara de verlo, acudieron con el director de su preparatoria y le pidieron que lo corriera de la escuela por conductas inmorales. En resumen: lo aislaron de todo, excepto de su casa y los “buenos consejos” de sus hermanas.
El marista de la guarda
Para Juan Francisco fue un proceso simple entenderse y reconocerse como gay. Desde chico supo que tenía atracción hacia los hombres; sin embargo, lo que él había aprendido en su hogar fue que debía casarse con una mujer y tener hijos. Él no se recriminaba por su orientación, lo único que le preocupaba era averiguar cómo le haría para embarazar a alguna mujer y de esta manera formar una familia para “vivir de manera normal”, tal como se le enseñó su familia tradicional de mediados de los 90.
Un día escuchó a un hermano marista, en una conversación ajena, que para la Iglesia Católica ser homosexual es una condición. “No hay ningún lugar donde se diga que te condenarás por esto”.
Juan Francisco se acercó a platicar con él y en medio de su búsqueda por encontrar refugio en su propia fe, comenzó a tener pláticas sobre las diferentes manifestaciones al interior de la iglesia, que ven a la homosexualidad desde una perspectiva de castidad, en la que no se juzga ser homosexual “mientras no andes de cabrón”.
Al menos así lo entendió él a su corta edad. El investigar y acercarse a otras visiones con mayor apertura dentro de la misma iglesia, le ayudó en los años posteriores para siempre encontrar refugio en la misma fe que, desde otras perspectivas, lo incriminaba y le infundaba un odio a sí mismo por ser homosexual.
Cuando sus hermanas le intentaron explicar que para Dios no estaba bien sus prácticas homosexuales, el quiso platicarles ésta otra cara del catolicismo que él había conocido y con la que se sentía más identificado. Les habló del hermano marista, de las lecturas, de las visiones y de la apertura de algunos sectores católicos. Como resultado de esa plática, ellas lograron que la congregación no le permitiera al hermano marista tener contacto o acercarse a Juan Francisco.
Terapias de conversión. Parte 2
A cuatro meses de que lo confrontaron frente a la cripta de su padre, Juanfran decidió ya no seguir siendo parte de estos encuentros al que lo sometieron sus hermanas. Ellas, tras saber su decisión, quisieron amedrentarlo con hacerle saber a su madre que tenía un hijo gay.
Para ese entonces, él había analizado y entendido la situación en la que se encontraba. Ante la amenaza, no se inmutó: “No le van a decir ustedes, yo le diré”, respondió.
La escena fue justo como la imaginó: llanto desgarrador, ella desconcertada, gritos de maldiciones por tener un hijo homosexual, sollozos de que eso era peor que la muerte de su esposo. Incluso la madre llegó a decir que prefería un hijo muerto a uno gay; estaba fuera de quicio. Él, tras presenciar la situación, solo volteó con sus hermanas y les comentó que ellas habían ocasionado esa situación, que ellas lo resolvieran.
Cuando pudo tener una plática con su madre, le dijo que tenía que ir a unas terapias que previamente sus hermanas habían investigado; éstas, mucho más efectivas que el primer grupo católico al que lo habían llevado.
Su madre le hizo saber que ella sólo velaba por su bien, que buscaba su salvación y viviendo así no lo lograría. Ella buscaba su bienestar como cualquier madre lo haría con sus hijos.
Juan Francisco fue parte de éstas sesiones por más de tres años. A la distancia, su conclusión es que este tipo de terapias afectan mucho por varias razones: generan una impotencia por saber que hay personas que se han “curado” y ellos o ellas, al no ver avances, desarrollan una depresión crónica que puede terminar en el suicidio.
Pero también afecta a los familiares, ya que les hacen creer que existe una cura para que controlen su orientación sexual. Lo que esas familias no saben es que la metodología de estas terapias se basan en desarrollar una aversión a sí mismos.
La cura encontrada
La dinámica de la terapia era la siguiente: sesiones semanales de una hora con un pastor cristiano, en ocasiones hasta dos sesiones semanales. Cada una con un costo de 500.00 pesos, de ese entonces. Si se quieren curar no puede faltar a las sesiones bajo ninguna circunstancia, ninguna, así como tampoco a los retiros espirituales, que cuestan unos cuantos miles de pesos más.
Según su experiencia, existían retiros en los que lo más importante era saber que ser gay es resultado de una conducta aprendida. Que el mundo gay estaba lleno de enfermedades, depresión, odio y para ejemplificarlo, mostraban a un chico que se vestía de mujer y vivía con sida.
Pero, algo no encajaba, Juan Francisco no se sentía identificado con aquel estilo de vida y lo que ellos decían que era ser gay.
Para él fue muy fácil entender la dinámica de estas sesiones: a manera de supervivencia, semana con semana procuró demostrar avances en la terapia, contando al pseudopsicólogo y a su familia que ya estaba dejando de ser gay.
Fueron años de una lucha interna, vivía con el temor de que su familia se alejara de él. Por un lado hacía todo lo que el pseudopsicólogo, sus hermanas y su mamá le decían que hiciera. pero por el otro él seguía sintiendo que lo que él sentía no estaba mal, que necesitaba “estar en paz con él mismo”.
Una gran batalla se libraba dentro de Juanfra, entre pensamientos hirientes, reproches diarios y un gran enojo contra sí mismo por ser quien era, en contrapeso con esas ganas de explorar y vivir vida como era él, sin miedo y sin señalamientos.
Después de vivir un infierno personal de sus 18 a 21 años, encontró la manera de recuperar la normalidad en su casa: pretendía ser un heterosexual que poco a poco iba dominando su homosexualidad, hasta convertirse en uno de los casos de mayor éxito en Guadalajara.
La paradoja es que al mismo tiempo “que se estaba curando” encontró la forma de comenzar salir con chicos, tener novios, de acudir a antros gays y vivir de manera clandestina su homosexualidad.
El respiro de Juanfra
Gracias al avance fingido en las terapias, logró irse de intercambio escolar y tomar distancia de su vida en Guadalajara por más de un año. En ese tiempo tuvo la oportunidad de reflexionar sobre lo que quería para su futuro. Decidió ser libre, vivir sin represiones y mostrarse al mundo como la persona que es, sin temor a ser señalado.
Él recuerda ser criticado por haber aceptado ser parte de estas terapias por tanto años, por no haber tenido el valor de salirse su casa, de haberse enfrentado a las decisiones de su madre y hermanas. A sus 29 años, Juanfra asegura que todo lo que vivió lo hizo por el amor a su familia, por estar con ellas, por seguir siendo una familia unida.
En el momento en que se dio cuenta de que todo eso estaba por encima de su amor propio, decidió cambiar el rumbo y reencontrar el amor a sí mismo.
“Ya no voy a ir a las terapias, yo soy católico y estas personas son cristianas. A parte de ello, este tipo de terapias está comprobado que causan depresión e incluso el suicidio. Mamá, yo no quiero esto para mí”, fueron las palabras con las que Juanfra dijo a su madre, pues dejaría de ser parte de todo un sistema de falacias y promoción del odio, como él señala.
Esta noticia no causó mayor impacto en ese momento, ya que ella consideraba que ya no era necesario que fuera porque ya se “había curado”. En ese momento ella no supo que las terapias a las que había acudido no habían surtido el efecto deseado en Juanfra. Por el contrario, él pudo entender cómo funcionaban y burló su metodología para hacerles saber lo que ellos querían escuchar de su progreso.
Fue un proceso largo en el que fue haciéndole saber que la idea que les habían dicho de que ya había dejado de ser homosexual, no era cierta. Nunca más se había vuelto a hablar del tema hasta que él les reclamo, años después, por apoyar la denominada “Marcha por la Familia”. En la que él identificó que los organizadores eran los mismos que lo habían hecho vivir ese infierno.
“Creo que se dieron cuenta que todo lo que viví no funcionó como ellas esperaban, en el momento que supieron que me iba a casar con mi pareja”.
Por mucho tiempo vivieron con ese tema silenciado, quizá porque desde entonces sabían que no había funcionado, quizá porque creían que en realidad Juanfra había cambiado, quizá.
La única verdad es que hoy, a años de distancia, ellas siguen creyendo que fue lo mejor que pudieron haber hecho por él.
Un nuevo inicio
Poco a poco, Juanfra comenzó un proceso de reconstrucción personal en el que entendió que todo lo que había vivido no tenía una razón de ser, que intentaron que dejara de ser él mismo por encajar con los cánones sociales y religiosos.
Le costó mucho trabajo dejar de hablar desde el enojo, comenzando a entender las acciones de su familia desde el amor. Entendiendo que su formación religiosa no les permite respetar y amar las diferencias que tiene cada uno de los seres humanos, en las que no importa a quién amamos, siempre seremos el hijo, el hermano o el amigo.
Una parte radical de la Iglesia Católica mexicana se ha encargado de promover éste tipo de terapias que generan daño a los que acuden. En aquel tiempo, las terapias de las que fue víctima recibieron financiamiento público por parte del Estado de Jalisco, con Emilio González como gobernador.
Hoy existe el Frente Nacional por la Familia, una evolución de aquellas organizaciones que disfrazan sus objetivos y que buscan incidir en las decisiones personales de otros. Desde entonces, Juanfra se ha preparado para ser un profesional exitoso y poder emprender una batalla legislativa contra este tipo de terapias de la que son víctimas muchas personas, aún hoy en 2018.
Con su familia decidió tener una relación cordial basada en el amor y en el respeto mutuo. De sus hermanas y su mamá, solamente la más pequeña lo acompañó el día de su boda. Ella cambió y se abrió para comenzar un proceso de mayor entendimiento y respeto a la forma de vivir de su hermano.
Para Juanfra es necesario volverse un persona activa en el respeto de los derechos de las personas homosexuales, bisexuales y trans. Ya que él, en carne propia, vivió la pesadilla de odiarse todos lo días, de cuestionarse por qué se es de la manera que eres y de recriminar su propia existencia.
Hoy su lucha es para que prohíban este tipo de terapias, ya que no son lo que prometen, sólo crean falsas esperanzas en los familiares y en la persona que acude. Juanfra afirma que lo único que hacen sumergirte en un infierno emocional, del que él ha escuchado sobre personas no sobreviven.
Aprendió a perdonar y que el odio no le llevaría a ningún lado. Para él amar no significa aceptar todo incondicionalmente; hoy, él sabe que tomó la decisión correcta. Vive con un hombre maravilloso que lo acompaña y con él ha empezado a construir una historia basada en el amor mutuo, en la que lo más importante es el amor propio y aceptarse como las personas únicas y maravillosas que somos todos.
#aManoSuelta Historias de personas que han contribuido a que Guadalajara sea una ciudad diversa, interesante, cultural y donde la diversidad es la característica común que la hace única.