Por: Ashanti Ahumada | Ilustración de Roacho
En la ciudad de La Minerva, cosas tan sencillas como tomar el camión se convierten en una aventura, te sientes en un Pac Man humano forjado en acero donde te persiguen sin darte descanso, el día que tomé mi primer camión aquí, tenía que ir a Plaza del Sol y aunque ya había tenido una infinidad viajes a Guadalajara esta vez la ecuación tenía dos factores diferentes: no tenía coche y estaba completamente sola.
La verdad es que decir que me sentía tranquila sería decir una gran mentira, de entrada ni siquiera sabía dónde pasaban los camiones y aunque Google Maps me salvó en muchas otras ocasiones, esta vez no llego a mi ayuda.
Después de recorrer el lugar donde vivía por unos minutos una señora amable me dio indicaciones exactas para poder llegar a la calle donde estaba la “parada” del camión, no esperé mucho y el camión llegó, después de subir y vivir la aterradora experiencia de elegir un asiento, me senté a lado de una chica con uniforme gris y el autobús comenzó a moverse, realmente no sabía ni como se veía Plaza del Sol, entonces llegó la hora, tenía que preguntar dónde iba a bajarme.
Cuando la ansiedad se apodera de ti de forma tan fácil como lo hace conmigo empiezas a pensar mil cosas antes de hacer algo “¿Y si se ríen de mí?” fue lo primero que llegó a mi mente, pero por primera vez callé la voz que siempre me atormentaba, me armé de valor y le pregunté a la chica “Disculpa ¿Dónde está Plaza del Sol?” en estos tiempos es raro encontrar a alguien de mi edad que no use audífonos y con ella no fue la excepción, después de quitarse el del oído izquierdo le repetí mi pregunta “¿Dónde es Plaza del Sol? Nunca he ido y tengo que bajar ahí” la chica sonrió y me dijo “Yo voy a bajarme ahí, te bajas conmigo” sentí un alivió y ella volvió a colocarse el audífono.
Al final las dos llegamos a la plaza y me dijo “Ésta es” entonces me di cuenta que ni la ciudad ni las personas son como me habían contado, pero a veces hay que hacer un esfuerzo extra o perder el miedo (lo idóneo es hacer los dos). Era hora, la ciudad me iba a obligar a cambiar y yo tenía que aceptarlo.