Por: Ashanti Ahumada | Ilustración de Lilian Pepper
Cuando estaba chiquita todos los domingos íbamos a desayunar a casa de mi bisabuela, era algo religioso, no podías faltar, mi mamá nos levantaba temprano y nos arreglábamos para ir a degustar frijoles con jocoque y taquitos de chicharrón.
Hubo una ocasión en especial que recuerdo me enojé muchísimo porque estaban pasando Charlie y la fábrica de chocolate, una película que para mí en aquel tiempo era nueva y quería quedarme a verla, mi mamá no me dejó hacerlo y me fui con lágrimas en los ojos porque me habían robado mi película de domingo, me la pasé enojada toda la mañana y hasta llegué a pensar que los domingos con mi bisabuela eran una tontería, no podía esperar a estar grande y no tener que hacer todas esas cosas, ser independiente y vivir feliz.
Veinte años después me volví a despertar pero esta vez yo sola y no había frijolitos ni jocoque, mi bisabuela falleció hace unos años y ya no tenía ningún ritual de domingo. Los fines de semana son filosos pero los domingos son tu peor enemigo, los domingos siempre son familiares, todos se van a desayunar con su familia o se van a la vía recreativa o a cualquier otra actividad que incluya exactamente esa palabra “familiar”.
Como ya eres un adulto independiente que en mi caso vive lejos de sus papás no te queda más que desayunar tacos de barbacoa o dormir hasta la tarde, estas dos opciones son actividades que se hacen solo.
Al principio me costó bastante sentirme bien con todo esto, era una regla que cada domingo iba a sentirme triste, iba a recordar los días con mi bisabuela o todas las malas decisiones que tomé antes de ser independiente, de repente me llegaban invitaciones a desayunos con mis amigos, pero no es lo mismo y entonces te ves obligado a inventarte tus domingos familiares que para mí eran leer, ir a museos o ver películas, pero comencé a crear mis rituales, hacer café, despertar temprano, cuando estaba hormonal también hacía parte de mi ritual llorar un poquito y entendí que en esos días yo era mi propia familia, dejé de sentir miedo a estar sola y llegué a enamorarme de esos momentos.
Después del primer año que pasas “solo” encuentras a más personas como tú y formas otra familia, se acaba la melancolía y llegan los domingos sin miedo (término que descubrí por una blogger de aquí que en su momento me animaba mucho) y vuelves a tenerlo todo, los rituales, las comidas, todo. Porque los domingos familiares no siempre son con la familia que naciste, vas creando nuevas relaciones, vas construyendo otra familia adoptiva y tienes tus domingos familiares adoptivos y ya no me enojo nunca, por ninguna razón.