Por: Ashanti Ahumada | Ilustración de Lilian Pepper
Una de las ventajas de vivir en Guadalajara y ser de los veintisiempre es que somos muchísimos, un tipo de galimatías de personas, entonces terminas conociendo a individuos de todos lados: Colima, Nayarit, Ciudad de México, Sinaloa, Sonora, etcétera.
Y siempre llega una noche mágica donde conoces a alguien: el escenario lindo es cuando los dos viven aquí, pueden verse seguido, pasarla bien y con mucha suerte enamorarse; el escenario que no es lindo es conocer a alguien que no vive aquí pero vino un fin de semana, de vacaciones, a un congreso o sólo por trabajo, entonces de repente todos terminamos teniendo un amor a larga distancia.
A mí me pasó dos veces, la primera vez con alguien de Nayarit y la segunda con un escritor que era de Orizaba pero vivía en el D.F., después de una forma peculiar de conocernos hablábamos muchísimo por whatsapp, le contaba sobre mi día, sobre mi noche, sobre mis planes, después nos llamábamos y al final terminamos haciendo video llamadas por Skype que en más de una ocasión duraron más de seis horas, un día entre bromas llegó la pregunta del millón “¿Y si voy?” y aunque era una broma yo moría por verlo, después de unos meses nos pusimos de acuerdo y vino a visitarme.
Tomen el recuerdo más bonito que tengan y multiplíquenlo por un millón, así fue el primer fin de semana que pasamos juntos, fue increíble, recuerdo que de repente lo veía y no podía creer que estuviera aquí, me sentía flotando en una nube de promesas y besos.
Los fines de semana consecutivos fueron igual de buenos pero cada vez se iba perdiendo algo, supongo que esto es algo normal en todas las relaciones pero cuando estas lejos es quince veces más difícil porque ¿Qué pasa cuando tienes una noche increíble? ¿Cuándo sales a la mejor fiesta? ¿Cuándo estás en la mejor cena? Pero estas sin la persona que más importa para ti, había momentos en los que me encontraba en lugares llenos de gente pero no veía la única sonrisa que llenaba el corazón.
No perdí la esperanza y seguimos así, pero con el tiempo a mí me ganó la inseguridad, me volví una persona terrible y terminé arruinando algo que de entrada nunca estuvo tan bien, después de pelear y de un “Perdóname mucho” de él dejamos de vernos, mis fines de semana se quedaron sin esa sonrisa, sin besos, sin sensación bonita; pero me quedó una lección:
El amor de lejos es una fantasía, no te llena, no importa como lo pongas o que tanto hagas, no estás ahí por completo y empiezas a ver demonios chiquitos en todos lados para inevitablemente cometer un error.
Aun así no me arrepiento de nada y lo volvería a hacer (con él) pero esta vez, igual y no diría (o haría) algunas cosas. Sigo en contacto con el amor del D.F., bueno, no en contacto, pero sé de él, no hablamos mucho y los dos estamos felices. Le tengo un gran cariño a nuestra historia y de vez en cuando cierro los ojos en una fiesta e imagino que su sonrisa está ahí, cerca.