Si usted ha tenido el tiempo de visitar mis redes sociales, sabrá que hace unos días publiqué, ¡qué me corté el cabello!
Aunque cortarse el cabello es una situación mundana y cotidiana, porque el cabello crece, para mí, sentarme en una silla en un salón a que me cortaran el cabello, era algo que no iba a pasar. Básicamente tenía que tener un chicle pegado o haberme vuelto loca.
Vamos a la raíz (ja!, chiste incluido)
Revisemos social y luego psicológica de este asunto. Cuando vemos a una persona hacerse un corte radical o teñirse el cabello de un color sorpresivo, invariablemente decimos: “algo está pasando”, hay quienes hasta mencionan “tronó con la pareja”, “no se siente bien”. Es más, lo relacionamos tan fuertemente con el cambio, que a veces solemos guardarnos “esos arreglos” como para cuando quieres cambiar de vida. Decimos: – “¡Necesito hacerme un cambio!”, y ¡pum! corte rapado de lado y cabello teñido. Como si precisaras otra identidad, como Clark Kent o cualquier superhéroe.
Ciertamente el cabello enmarca nuestra cara, y un peinado, color o forma, nos puede cambiar el ánimo. No en balde nos amarramos el cabello cuando vamos a hacer algo, lo arreglamos especialmente para algún evento, y le ponemos cientos de tratamientos para “mantenerlo hermoso”.
Hasta la mitología y los cuentos hablan de la apreciación del cabello. (sí, Sansón y Rapunzel, hablo de ustedes).
El cabello corto afro
En el caso de las personas con el cabello afro, como yo, el largo natural es digamos de las cosas más valiosas. De por sí, el cuidado cotidiano es una tarea engorrosa que requiere tratamientos hidratantes, trenzados o hasta dormir con una capucha… cuando logras que el cabello crezca, es como cultivar oro.
He vivido la mayor parte de mi vida bajo esa creencia. No cortar el cabello. Cuando mucho, cuando de plano las puntas parecen estropajo y los tratamientos no dan más… entonces una despuntada milimétrica, casi nada, casi inexistente – y que si me preguntan a mi no soluciona mucho –… es la opción. Aún sabiendo que el cabello crece.
La diferencia es que, como crece ensortijado, en realidad no se nota, hasta que da una o dos vueltas ese rizo. Mientras más largo, más pesado y por física tiende a estirarse un poco más (y a veces ni así eh!)
¡Me corté el cabello!
Después de la mudanza, y de los múltiples cambios en mi vida, acompañando a mi marido a su corte de pelo, de buenas a primeras decidí cortarlo también. Que en realidad fue una despuntada, y no de las milimétricas. Lo hice porque sé que mi cabello lo necesitaba, y quería aprovechar esa euforia de cambio (a la Clark Kent).
Rápidamente me hice a la idea de que no estaría haciendo berrinche después de la primera lavada, como las otras tres o cuatro veces anteriores que me lo corté. Y allí estaba yo… sentada en la silla, escuchando las tijeras y haciendo respiraciones repitiendo el mantra… “el cabello crece, el cabello crece, el cabello crece… lo necesitas, el cabello crece”.
El resultado ha sido fantástico, pero cuando fui a contarle a mi madre que me había despuntado… ¡oh drama familiar de telenovela de las 8…! “¡¿Cómo que te cortaste el pelo, pero si le puedes poner tratamiento a las puntas?!” Después de múltiples audios regañativos de mi madre, con una mueca (la imagino yo) refunfuñando al final dijo: “Bueno, el cabello crece”.
Cuando ella lo dijo, esa expresión que ya había usado como mantra, me ha llevado a darme cuenta de la preconcepción que tenía. Y que siempre ha sido eso, ideas aprendidas que no tienen que ver conmigo, ni mi belleza, ni mi persona, ni la percepción que tienen de mi.
De verdad, el cabello crece, y no hay nada más sencillo que eso.
Por si les interesa saber, quien me cortó el cabello es Ivonne Flores, y es parte de nuestro #KaVoltaDirectorio. ¡Quedó fantástico gracias! https://www.kavolta.com/directorio/ivonne-flores-estilista-y-colorista/