Repasas una y otra vez los mensajes de Mr. P y no llegas a una conclusión convincente del por qué te sigue buscando.
Han pasado muchos años desde que fueron novios. Suspiras. Fue bonito. Miras sus fotografías con su uniforme de piloto ¡Ta guapo! Bueno, bueno, así guapo, guapo no, pero fine. No ha cambiado mucho, aunque ahora sí de plano la calvicie lo hizo suyo, pero como a ti el físico nunca te ha importado… Como que lo ves más gordis, aunque bueno nunca fue así que tú digas «Ay qué delgado» Mr. P tiene ese cuerpito serrano que todavía puede considerarse «macizo» digamos que hay de donde se agarre el amor, la lujuria, el deseo y todos esos recuerdos de lo que en un momento fue.
Por más que intentas no logras recordar por qué terminaron. Pero esa sensación en el pecho como de angustia te dice que así que padre, padre no fue, y por más que haces memoria, nada.
Vuelves a leer los mensajes y como lingüista seria que eres, realizas el análisis de textos correspondiente. Después de desgastar la huella digital del dedo índice encuentras el primer «te quiero» ¡Ay, sí, es real, te quiere! No te queda claro cómo para qué, pero te quiere, ya.
Confirmas que si este hombre te busca después de años, después de estar casado, tener hijo e irse a vivir a casa la fregada por sus labores pilotescas, te busca, te dice que te quiere, te manda regalos, goey obvio le interesas, obvio el amor no ha muerto y deja tú el amor, el deseo por ti sigue ahí. Te imaginas paseando con él por Reforma, por Condesa, yendo a los tacos de la Del Valle y luego un sundae para compartir en Chiandoni.
¡Ay, Dios, la Ley de atracción en acción! o ¿la de la manifestación? ¡Ay, qué te importa! El tipo viene.
Sigue igualito de mandón que antes y tus dos neuronas feministas se intentan manifestar, pero las apagas en seguida con tus adicciones emocionales a ser amada. Piensas en responder, pero no te salen las palabras correctas porque en primer lugar te está ordenando, por otro lado, la verdad es que eso te gusta de él, que sea así: ¡CABRÓN!
¡Estúpido, ya te dio por hecho! Ahora sí le vas a responder…
Te preguntas por qué tan tarde, pero equis, Mr. P es de confianza y ¿qué más vas a hacer ahorita en tu reciente versión de Barbie Desempleada? Son las 6pm, tienes tiempo de encontrar, ajustar o pedir prestado el vestido más provocativo que además oculte ese cuerpito de Coca Cola de lata que ya entrados en la pasión nadie pela por que la media luz siempre hace un paro y nadie en su sano juicio después de unos besotes tuyos se va a poner a medir cinturas inexistentes, equis.
Tomas un momento y respiras. Planeas el itinerario:
6:30pm: Baño, depilación rápida pero efectiva ¡AUCH, BABOSA YA TE CORTASTE UN DEDO! Bueno es del pie, no importa, sigues.
7pm: Vestido seleccionado escotado estampado con flores. Las flores son tus amigas. Simulan la cintura que sueñas en el momento que la necesitas.
8pm: Maquillaje y peinado.
9pm: ¡Chale falta un chorro y ya te dio sueño! Consideras tomar una siesta, pero sabes que te levantaras como teibolera fuera de turno con el maquillaje corrido. Fuerza.
10:30pm: Llega el Uber.
Pasas treinta minutos en el tráfico con las ansias a todo lo que da suplicando a glándulas sudoríparas no se activen. Por fin, llegas al hotel.
¡Gooooey, está en la entradas, te está esperando, aaaaiñ! Mr. P se acerca, te abre la puerta y tú te sientes como cuando al guajolote le dicen pavo real.
Mr. P, te toma de la mano y cruzan el lobby, suben al elevador, intenta besarte, pero se detiene ¡Es un cabrón! Salen del elevador, entran a la habitación y… obvio no te quitas los calzones porque ni te pusiste, pointless. Sus besos te caen como pedacitos de granizo en día caluroso, o sea bien, pero dolorosos.
La pasión con Mr. P te duele, pero sigues, y echas mano de todos las fantasías pasadas con él; sin embargo no terminas por unir el rompecabezas entre su cuerpo y el tuyo. Mr. P está ahí frente a ti en un año que no lo estás tú porque sigues atrapada en el pasado de lo que un día fue, pero jamás será.
Después de un collage pasional Mr. P se levanta al baño, lo miras por detrás y descubres lo inimaginable: tiene CE LU LI TIS ¡Guau! Mr. P después de todo es humano. El humano del que te enamoraste hace años, de que creías estarlo, pero al verlo ahí descalzonado con toda su celulitica realidad te das cuenta de que Mr. P no se parece nada al hombre de tus recuerdos. Olvida los recuerdos, no es ni siquiera el tipo de los mensajes. Echada en la cama lo miras ordenar la habitación, bueno en eso sigue igual, fanático del orden exterior. Mientras limpia te dirige una sonrisa más parecida a una mueca, y algo en el pecho se activa en ti, no sabes bien si es miedo o urgencia, pero quieres salir de ahí. Te vistes de flores nuevamente.
Asientes con la cabeza.
Niegas en silencio. Haces el inventario de tus pertenencias, te acercas para despedirte, dejas caer un beso en su mejilla. Sales, pides un Uber y en el trayecto recibes un mensaje ¡Ping!
Temerosa de que sea un algo que no sabes qué pueda ser porque traes todos tus dedos, abres la bolsa con cuidado de que el chófer no sospeche tus nervios, descubres cien dólares, aprietas el billete en tu puño todavía dentro de la bolsa. Quieres llorar, resistes. Esta tristeza no se te va a ir por los ojos, no sabes por dónde se irá, pero se irá como todo se va siempre, con el tiempo.
Miras por la ventanilla del auto tu reflejo, sonríes. Te das cuenta de que eres la protagonista de tu propia versión de Mujer Bonita… ok, ok, ok a ella le dejaron como tres mil dólares, un guardarropa bien fregón, cenas, joyas y etc, pero gooooooey tropicalizada la cosa, la crisis y demás desavenencias financieras en el mundo, que Mr. P no es Richard Gere, ni tú Julia Roberts y otros ni las gracias te han dado, cien dólares son cien dólares.
¡Bonito fiiiiiiiiin!
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