Un día despiertas con la mera intención de que otro capítulo en tu vida amorosa se parezca poquito más a una novela escrita por algún autor encumbrado.
Haces todo lo posible por parecerte lo más posible a la heroína de tu obra literaria favorita. Sin embargo, ese martes no se siente igual, no es un martes, se parece a un viernes tal vez sábado pero martes definitivamente no. ¿Qué más da? Salió el señor Sol y tú lista para brillar con él.
Miras el teléfono con la esperanza de que la charla pasada, esa sí en martes que era martes y se sentía martes, haya surtido efecto en tu hombre en cuestión, pero no, no parece así. Le dijiste claramente que querías más, que lo querías a él de lleno y sólo te dio… pus el avión.
Buscas entre tus recuerdos aquel gesto que haya podido delatar en él la mentira en su todo, no la encuentras. Te preguntas si fuiste lo suficientemente clara con él, si te habrá entendido, si le habrá importado, no lo sabes de cierto porque todo lo que dijo fue que sí, entonces tú entendiste que sí.
De pronto ahí está otra vez la sensación de vergüenza ajena, pero ¿cuál ajena? es tuya. Esa vergüenza por ser querida por una persona que se parece más un personaje, te asalta nuevamente disfrazada de dolor de estómago. Otra vez. Vuelves a repasar tus memorias desde la primera charla hasta la última, la reciente. Te das cuenta de que te encantaría ir por la vida amorosa sin tantita pena atada a un sentimiento.
Quieres desesperadamente dejar de soñar mil veces las mismas cosas sola con tu soledad y tus sentimientos, mientras te preguntas «Y, ¿todo para qué?». Te sientes como el preso de la cárcel de los besos que no te han dado ni en una noche de copas, una noche loca, en la que al otro día no te acuerdas de nada. Y bueno ya sabemos que si no te acuerdas, no pasó.
Ahí sigues cavilando pero se te acaban los argumentos, cada que el tipo este aparece caspereandote, solo te ha quebrado las esperanzas, sino la madre cada tanto, con falsas esperanzas y sus chingados modos roñosos, conservadores y poco pacientes. Caes en cuenta de lo bruta, torpe y testaruda que has sido hasta este viernes que no termina de serlo porque según el calendario es martes desde las cero horas y hasta las cero siguientes.
Suspiras con la esperanza de querer ser su muchachita consentida y suelte el listón de tu pelo mientras con altura tus babosas ilusiones de una relación duradera, estable y sana (si se puede) se van derechito a la ya famosa dimensión de los calcetines. La esperanza muere al último y por desgracia la tuya no es suicida, sino que es peligrosa para una mujer como tú.
Deletreas las letras que forman su nombre… P… al mira qué curioso P de pendejo y a pesar de eso vuelves a suspirar pensando «Tu vida en la mía aunque fuera media vida si tú quieres… ¿de qué tamaño es tu amor?»
Rueda una lágrima por tu mejilla que solo sirve de telonera de los chorrazos que se vienen, qué bien tomaste tus tres litros de agua, es importante estar hidratado en la depresión amorosa para llorar sin el riesgo de la deshidratación. Valió la pena.
El viernes que según era martes, pero sabía viernes cierra entre lágrimocos. Aunque la duda queda sabes que el primer avión aunque te lo den lo tomas tú y en el recuento de los daños tu vida amorosa puede que no sea ninguna obra escrita por las Brontë, sino que se parece más a una comedia musical que va desde la charanga a la balada ochentera que luego pasa a una cumbia sonidera. Y posiblemente, solo posiblemente termine en perreo intenso, pero es tuya y la vas a bailar hasta sacarle brillo al piso todos los días, si parecen viernes o no, lo mismo da.
¡Bonito fiiiiiiiiin!
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