Ahí estás tú muy bella frente al espejo terminando de cubrir con maquillaje las manchas que deja el tiempo en tu cara, las primeras arrugas resultado de tus tantas alegrías.
Al merito estilo de Louis Hay te miras a los ojos, tus labios se quieren abrir, lo quieren enunciar, pero no sale la ya aprendida frase. Te descubres hipócrita de decir algo que no crees en este momento, algo que no sientes y todo por esa maldita, sí, maldita y mil veces maldita, ¿cómo se atrevió? O sea, es muy pronto. Te das cuenta de que todas las desgracias tuyas han sucedido mientras te bañas, consideras dejar de hacerlo, pero ¿A quién quieres engañar? Te encanta la exfoliación.
Intentas tranquilizarte yendo a ese lugar feliz que en este momento de pandemia es casi que cualquiera menos tu casa. Un spa, sí, piensa en un spa, en la playa, en la depilación láser, ¿será muy cara o peligrosa? Ya perdiste la concentración, regresa. Piensa en todas las cosas de las que te gustaría platicar si hubieras conocido a Sabines muy simpático el viejito ¿a qué edad le habrá…? GASP… ¿Qué has hecho? Llamaste viejito al poeta, bueno eso qué, te atreviste a cuestionar su edad, ¡escupe, tarada, te vas a salar! Todos los recuerdos te vienen como avalancha, la pregunta, la temida pregunta.
¿Cuántos años tienes?
¡Oh, no! ¿Por qué? ¡Qué tortura! Y qué estupidez, ¿para qué pregunta la gente la edad que tiene la otra gente? Hay miles, miles de chorromiles de cosas que se pueden, se deben preguntar, pero no, siempre se pregunta la edad y ¿para qué maldita sea? ¿qué tiene que ver con todo? ¡N A D A!
La edad es una etiqueta, un lastre pesadísimo en el que se encierra socialmente un periodo para la estupidez, la inteligencia, el éxito y hasta el fracaso. Que no se te note el paso de los años no significa que no los tengas. Pero eso sí puede perdonarse un poco, justificarse poquito más y hasta omitirse si además de viejo se tiene algo de dinero. De lo contrario no tienes derecho a la existencia misma y si es que contarás con esa gracia social serás atacado por aquellos que muy amablemente te recordarán todo lo que pudiste hacer, pero no hiciste o que ya estás muy viejo hacer, según el juicio en cuestión.
La edad que la divulgue quien quiera, y se respete el derecho/vergüenza de quien no lo quiera hacer. Decir la edad es compartir la vida vivida y eso es algo íntimo, es privado.
El discurso este de que «yo feliz a los 119» está excelente para quien quiera hacerlo, pero dejen en paz a quien no lo quiere hacer. Suficiente es la vida, sus consecuencias, las arrugas, que le digan a una «tu generación está viciada con los audios» o «esa canción no es de mi época». Esa gente no se da cuenta que la frasecita aplicaba muy bien en la era donde no había Internet. En este momento quien se atreve a escupirla solo demuestra dos cosas:
1.- No tiene datos.
2.- No tiene ganas de saber.
Ambas muy válidas sin duda, pero entonces que cada quien se quede con su edad, sus consecuencias y las ganas de compartirlas. La edad nunca es una, se divide, se acumula. Hay edades para todo. Hay edades que duelen, edades que hieren, edades de punzada, edades de duda que la dejan a una con la incógnita encontrarse una cana en la cola.
¡Bonito fiiiiiiiiin!
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