Nada como una tarde entera para que un ídolo de años caiga más bajo que el infierno mismo. Las revelaciones de las que una es capaz de descubrir/aceptar una vez que el velo de la juventud, el desamor, las deudas y demás estragos que proporciona la vida adulta cae como borracha adolescente.
Carry Bradshaw fue la heroína a la que toda soltera/solterona podría aspirar. Independiente, fashionista, columnista de Vogue, delgada, bella (maso) viviendo en Nueva York sola con soledad, sus sentimientos, sus trescientos pares de zapatos y su obsesión por encontrar a The One… ¡CORRECCIÓN!
No, la vieja no quería encontrar a su mero bueno, se lo encontró en Mr. Big. De hecho se lo bajó a la mala a la esposa de éste. Y no sólo feliz con eso, se la pasa toda la serie renegando de su soltería. ¿Por qué? No sé, pero así se la vive esta mujer perdonándole estupidez, tras estupidez al viejo este, que se interesa por todo menos por las emociones de Carry. Bueno ni en la boda se tienta tantito el corazón, que la deja ahí vestida de blanco, con su vestido espantos y el pájaro ese en la cabeza, llorando con las amigas ahí siempre fieles la levantan de sus shocks emocionales por todo lo que parecen malas acciones de Mr. Big y la realidad es que no.
Si bien Mr. Big ejerce a todo dar su derecho a la imbecilidad, es Carry quien de verdad se vuela la barda al ser capaz de todo por el amor/atención/lástima/onoseque de Mr. Big y la pregunta es ¿De verdad estará tan big el tipo este?
O sea, ¿De verdad vale la pena dejar toda vida en una sola persona? Yo creo que no y ya sé que estoy hablando desde mi reciclada soltería, pero después de años, me doy cuenta que lo único que me dejó ser fanática de Bradshaw fueron deudas por comprar zapatos para suplir mis carencias de infancia, la idea fiel de que un día encontraría a The One y que le batalle para que me quisiera el menso y nunca me quiso como yo quería que me quisiera. Bradshaw me enseñó a renegar de mi soltería confundiéndola con soledad.
Al tiempo y la distancia reafirmo lo que muy sabiamente menciona Doly Mollet en su libro “Mordiendo Manzanas y Besando Sapos” de que cada mujer nace con una princesa de Disney casi que por que sí, y el tema no es que nazcas Blanca Nieves o Mulan, el cohete está en no querer aceptar a tu princesa interior. Por ejemplo, Charlotte es la clásica Blanca Nieves y no se pone mal. Ella quería casarse, tener hijos y ser feliz su casa muy bella con sus siete enanos. Samantha es honesta en su vida, como la lleva y etc. Incluso Miranda con todo y que se la pasa de la greña con Steve y ahí batallándole con su chiquillo.
Nomás Carrie es la que nunca está segura de que sí Mr. Big, que si Aidan, no que mejor sí Mr. Big, no mejor aquel que se ve más padre buena onda y tiene dinero no le hace que sea malmodoso. La vieja se la pasa entre querer ser Mulan combinada con Blanca Nieves, con ascendente de Cenicienta, un poco de la Bella Durmiente y ahí anda la vieja nomás batallando.
Tuvieron que pasar años, un matrimonio, amantes bandidos y bandidos amantes para que esta su Soltera Reciclada se diera cuenta de que nomás se la pasó emulando a su ídola de juventud y ¿todo para qué? Para que por fin el día de hoy pueda llegar a decir/sentir y sobre todo aceptar que la soltería no es igual a soledad, que dos parece de chanclas están bien y que Mr. Big nomás en hamburguesa.
P.D. Todavía no sé cuál es mi princesa Disney interior, pero sí sé que ser Mulan es bien cansador, que aunque me da onda aceptarlo rozo durísimo a Cenicienta sobre todo cuando algo en casa se descompone, o hay cambiarle la clave al internet; que me gustaría tener el cabello de Rapunzel y que como Bella me relaciono con pura bestia.
¡Bonito fiiiiiiiiin!
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