Por alguna razón – los workaholics como yo – cuando alcanzamos el éxito o cumplimos una meta, solemos sentirnos “vacíos” o “sin propósito”.
Al terminar los pasos hasta llegar al final, muchos de nosotros no solemos festejar los éxitos. Concluimos y ya estamos viendo “qué más hacer” sin dejarnos un espacio para saborear lo logrado.
Durante varios años viví bajo esa fórmula: Terminar algo y ya estar viendo qué más hacer. Sin espacio para disfrutar, para evaluar, o si quiera analizar lo alcanzado.
Quizá esto tenga que ver con que en la infancia se nos exigían ciertas calificaciones o ciertos objetivos, los logramos y ya lo que seguía era continuar. Rara vez se nos celebraba y (por lo menos a mi), o los festejos no sabían a eso. Eran más como un “hey lograste lo que te exijí que tenías que hacer… porque tu unico trabajo es hacer bien la escuela”. No es que me lo dijeran así, pero seamos honestos, así se siente.
Tal vez si nos celebraba esos pequeños logros, pero luego dejó de ser relevantes por que “ya habíamos madurado”.
Al paso del tiempo me doy cuenta que nos hace falta celebrarnos a nosotros mismos. Aplaudirse pequeños logros tan simples como levantarse temprano, llegar a tiempo, estar de buenas todo el día o simplemente lograr terminar nuestros pendientes del día (sean muchos o pocos), para arrancar cada vez con satisfacción y motivación para seguir.
Es por eso que considero que hay que festejar los éxitos, aunque no se trate de grandes proezas como ganar un Premio Nobel, sino simplemente lograr aquella cosa que me propuse y que me tomó cierta cantidad de esfuerzo lograr. Quizá nuestro camino esté mejor nutrido con muchos pequeños éxitos que con la idea de un gran solo éxito que puede que llegue o no.
Probablemente celebrar éxitos pequeños y cotidianos nos lleve a ser más felices, y así con ese ánimo lograr éxitos más grandes. | #LunesEnTacones de Ana Volta, #KaVolta 🖤.