La cita salió mal. Todo comenzó con elegir el vestido con escote hasta el ombligo.
Muy bonito en el aparador, en la foto, pero ya en tu cuerpo como que ¿cómo te vas acodar las chichis? Vas a tener que estar derecha todo el tiempo, o sea prohibido relajarse ni un segundo porque cualquier movimiento brusco puede dejar al descubierto el ya condenado pezón. La misión: Tensión total.
Luego los zapatos, se ven muy monos, sin embargo ¿cuándo fue la última vez que usaste tacones? ¿Por ahí de mi 20? Bueno ya, decidida vas con ellos hasta la caja, la dependienta te dice el precio con la misma frescura de un «buenos días» sonríe y tú devuelves la sonrisa pensando que cuentan lo mismo que el viaje de tres días que acabas de hacer con tus amigas a la playa, ni modo la belleza cuesta, listo.
Ahora al salón de belleza: depilación, peinado, maquillaje. Son las 8pm, te da tiempo para una idear el acomodo perfecto de la chichi imperfecta en el vestido casi perfecto. Treinta minutos después de negociar con tus pezones pareces haberlo logrado, pero recuerda cero relajamiento te tienes que reír con los ojos, con las cejas, con la boca y la lengua, pero el cuerpo jamás.
Movimientos controlados. Llegas al restaurante, tu cita no ha llegado, el mesero te pide esperar en la banca de la entrada. La gente llega y te mira con una especie de antojo y repulsión como sueles mirar a los pastelitos de la panadería que se te antojan todo el tiempo, pero sabes que hacen daño. Otros treinta minutos de espera, te quieres encorvar para abrazar la vergüenza del posible plantón empero resistes.
Te levantas decidida a cruzar la puerta del restaurante cuando te encuentras de cara con él, con ese maldito que no tiene idea del tiempo, de la negociación con tus pezones para quedarse quietos dentro del profundo escote de tu vestido nuevo, de la hinchazón de tus pies atrapados en unos zapatos carísimos, no, él no lo sabe, ni tú se lo dirás porque no sé ve bien que le reclames en la primera cita que le ha valido madres tu tiempo y esfuerzo, no, no es femenino.
No es correcto de una dama y tú quieres ser una dama con este hombre que viene de playera polo, Dockers caqui (obvio) y tenis (¡TEEEEEEENIS!) a una primera en un restaurante exclusivo en la mejor zona de la ciudad. No, no digas nada, sonríe y respira aliviada de que llegó. El mesero confirma la reservación, lo dirige a la mesa, les entrega el menú y antes de irse hace una mueca qué te parece un guiño de aprobación «Good girl» te sientes menos tarada por haber esperado.
Él abre el menú y de sus labios carnosos enmarcados en aquella barba espesa verbaliza con un voz firme y masculina «Chale, no entiendo nada» sonríes sin dejar de mirar el menú escrito en francés, le sugieres algunas entradas, él te dice «Lo que quieras» en tu perfecto dominio del idioma te diriges al mesero que por alguna razón te escucha, pero mira a tu date como si fuera él quien estuviera realizando la orden, no importa, estás ahí vestida de ilusión y lo más importante además de la locación, el atuendo y la comida es que no estás sola, estás con él, con el hombre que reafirma tu valor humano.
Han pasado ya cuarenta minutos desde que se sentaron en esa mesita del rincón adornada con velas que huelen a jazmín, miras alrededor casi todos los comensales son parejas y tú eres una de ellas, tomas la copa y brindas en silencio por esa victoria. Llega la comida; que tú elegiste, el vino; que elegiste, el postre, la última copa y después de hora y media en el lugar el hombre; que también elegiste no ha sido para elogiar tu apariencia, apreciar con el más mínimo detalle algún gesto galante.
Él pide la cuenta, el mesero la coloca sobre la mesa, él mira su celular, tú vuelves a enderezarte, el mesero te mira intrigado, tu encoges los hombros hasta que te animas y nerviosa enuncias «¿Dividimos?» él sale de su pantalla, te mira y emite «Cada quien lo suyo, ¿no?» Coloca su celular en la mesa e ingresa en calculadora cada número que suma a tu decepción, resta tu confianza en las citas con desconocidos y la posibilidad de una noche pasional en brazos del tipo que entre toda la ecuación evadió la parte de su propina. El mesero recoge la terminal y te lanza una mirada que te sabe a consuelo «Ni modo, mana, pinches hombres».
Te diriges a la salida con la frágil esperanza de que te lleve a tu casa y se despida de ti con un beso al mero estilo de cualquier comedia romántica, pero antes de que te dé tiempo de imaginar su aliento, sus brazos sosteniéndote con pasión y disolviendo la negociación entre tú, tus pezones y el escote profundo, te dice «Pus stuvo bueno, pero la neta no me gustó, ¿cómo te vas?» atónita lo miras fijamente para que advierta sus mamadas, él no lo nota, se gira y sube al auto dejándote parada en la banqueta.
Pides un Uber, llegas a casa, rompes la negociación con el escote, guardas los zapatos, te pones la pijama, enciendes la televisión mientras haces las cuentas de lo que te salió el chistecito: un mes de renta, goey la próxima cobra por cita.
¡Bonito fiiiiiiiiin!
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