Maldita amabilidad femenina. Maldita y mil veces maldita.
Desde niña a una (en casi todas las sociedades) le enseñan a que debe ser prudente, correcta, decente, A MA BLE. Sonreír ante cualquier clase de estupidez dicha o hecha por el sexo opuesto. La amabilidad femenina es nuestro talón de Aquiles como gremio, y no hablo solo de la que se nos exige exudar hacia terceros; sino la que mal entendemos también. Pongamos por caso el jefe/amigo/compita que al mero estilo de Camilo Sesto un día tal nos propone ser su amante a sabiendas de que estamos en pareja o que nomás no nos interesa, pero como lo dijo sin gritos, golpes y/o amenazas de por medio lo calificamos de «amable».
Las mujeres, en su gran mayoría, queremos y podemos ser todo. Se nos acepta casi todo, menos la grosería, la cual implica utilizar la frase «no». Así es, «no» es un frase completa. Un frase que como mujeres nos negamos a emplear. La negación femenina es una afrenta a todo lo establecido desde nuestro sistema de creencias muy particular hasta los términos sociales.
Decir «no» significa el auto rechazo y como mujeres queremos evitar a toda costa esa emoción. Y es que ser rechazada además de ser horrible, nos sitúa en una posición de desmerecimiento, de insuficiencia, incluso cuando seamos nosotras quienes rechacemos. Terminamos con el novio/amante que nos hizo la vida miserable, pero no lo hacemos a la defensiva, sino que mantenemos la «clase», la «elegancia» y todavía nos atrevemos a enunciar con mucho orgullo «como yo no encontrará otra». Y aquí entre nos, espero que no, que no se encuentre con otra tarada igual que le aguante de todo, que se convierta en un tapete, que le crea que los rasguños sí sean porque le cayó un gato encima, que se auto cosifique antes de ser una #sola.
Recuerdo un episodio en la secundaria, tendría yo unos trece o catorce años. Uno chico que me gustaba mucho y aspiraba yo a ser su novia me dijo muy claramente mientras subíamos las escaleras de la escuela hacia el salón de clases «Nancy, no puedo ser tu novio. Me gustas, pero no te quiero» ¡PUM! Más claro no pudo ser el chiquillo. Sentí literal que se me cayeron los calzones. Un dolor de panza me dobló, corrí a vomitar al baño.
Ese día supe que gustar y querer son cosas muy distintas (tipo José José con amar y querer, pero versión adolescente). Decidí, inocentemente, que no me negaría nunca más, es decir, que asumía que ese dolor horrible moriría en mí, yo no le haría ese daño a nadie. Ese día enterré mi «no» para ser aceptada. Tuvieron que pasar muchos años para darme cuenta de la brutalidad que implica no saber negarse.
Decir «que no» puede volvernos groseras, sangronas, pedantes, soberbias incluso feas. «No» nos conducirá derechito al rechazo no obstante es la palabra/frase más liberadora que existe. Decir que «no» incluso a nosotras mismas nos hará libres de repetir patrones donde terminamos como la buena de la historia tonta que se repite una y otra vez, sin fin. Luego ya se nos quita lo buena para quedarnos en tontas nomás.
Las mujeres podríamos empezar a ser amables con nosotras mismas, a dejar de ponernos el pie diciendo que sí a todo eso que no nos gusta, que no nos hace sentir bien con tal de ser parcialmente aceptadas. Podríamos dejar de temer que nos califiquen de locas, hormonales, indecisas. Podríamos abrazar ese maravilloso derecho a decir «no» y ver que el mundo seguirá girando igual, incluso mejor después de una negativa nuestra.
Aquello de que las mujeres calladitas se ven más bonitas es una mentira que nos tragamos entera. Podemos aspirar a ser más que bonitas, podemos aspirar a defender nuestro derecho a decir «no» y para eso no puede quedarse una calladita.
¡Bonito fiiiiiiiiin!
Sígueme en Instagram como @nanoviedomx, #SolteraReciclada #KaVoltaVida 🖤